En una apuesta por la juventud flamenca incipiente, La Bienal abrió las puertas del Hotel Triana para colmar sus tablas con el talento de nueve veinteañeros vinculados con la Fundación Cristina Heeren. Las cantaoras Elena de Morón y Marián Fernández, los cantaores José Luis Pérez-Vera e Ismael de la Rosa El Bola, el bailaor Juan Tomás de la Molía, la bailaora Lucía La Bronce y las guitarras de Alba Espert, Jesús Rodríguez y David de Arahal entretuvieron al público con un espectáculo solo decente. Si bien la dirección de la obra a cargo del compañero Luis Ybarra tuvo el acierto en la concepción y el diseño del espectáculo, la calidad artística desigual y el aroma de fiestecilla pija no terminaron de demarcar la visión del territorio joven flamenco de nuestros días.
A través de un repertorio clásico y en general bien elegido para la ocasión, fueron desgranando las virtudes que asoman. La guitarra rompió el silencio. Alba y David rindieron honores al Niño Ricardo en una soleá profunda de raigambre a la que El Bola le puso voz con cadencias trianeras. La seguiriya hirió en la garganta de Ismael que despegó los labios con el pregón de Macandé, acompañado a la sonanta potente y prometedora de Jesús. El escenario dividido visualmente en dos grupos con sendas mesas a cada uno de los lados, sin enfrentarse, sino dándose la mano. A la izquierda un piano de cola aguardaba. Elena recordó a Miguel Vargas por malagueñas de El Mellizo, rondeña y fandango abandolao de Frasquito Yerbabuena. José Luis caracoleó la zambra al piano. Remataron las palmas a compás abrochándola con una pataíta lucida. La salve granadina por tangos. No tuvieron memoria para Triana. Elena fue la encargada de enjaretarla con David a las seis cuerdas. Después por Huelva se marcó un cante cada uno para llegar a las sevillanas, que olían a jazmines y a Pareja Obregón. David le tocó por guajiras A Manolo Sanlúcar con la sensibilidad que lo caracteriza en una composición sencilla, digerible, flamenca, limpia, bien tocá. Una Parada en el camino por sevillanas. Juan Tomás y Lucía destilaron sevillanía al baile. Después se quedó él solo en la Búsqueda por soleá. Lucía lo siguió dejándonos Estampas sevillanas por alegrías con mantón y bata de cola. El fin de fiesta por bulerías con todos en el escenario selló la noche tras el caluroso aplauso de un patio casi lleno.
Territorio Joven sufrió un sonido precario. Fue una actuación algo blanda, diluida, donde destacó sobremanera en el cante Ismael El Bola, muy por encima del resto y al que se le podría dar ya un recital en el programa. Posee giros frescos, naturalidad y conocimiento, además de buen gusto a la hora de engarzar los melismas en cada tercio. José Luis es más coplero y encaminado al garganteo bonito. Un artista redondo que canta, toca el piano y baila. Elena trasluce afición y ganas, no canta mal, pero se queda en la planicie de la emoción. Marián cuenta con una voz flamenquísima que estruja demasiado y se desordena. Mejor en los medios o en los envites que no llegan al límite.
Tres guitarras muy diferentes. Alba echa el ancla en lo clásico, David le imprime sensibilidad y gusto, acariciándote el alma; Jesús toca con rapidez, coraje y pega pellizcos.
En el baile, Lucía se desnaturaliza en ocasiones buscando figuras, aunque sabe moverse con soltura en el escenario y tiene momentos que encandilan. Una bailaora por limar. Juan Tomás dio un espectáculo. Cuando dome los calambres y llegue a templarse, tenemos bailaor para rato. Brilla con recursos originales, desplantes solo suyos, gestos y detalles de su cosecha que consiguieron, en especial por bulerías, provocar uno de los mayores gozos de la noche, que transitó con las intenciones y entrega de la juventud entre lo bonito y lo jondo.
Fotos: Claudia Ruiz. Bienal de Flamenco de Sevilla