La Bienal abrió por primera vez el telón para Israel Fernández y se hizo La fiesta. Marcos Carpio, El Pirulo, Juan Grande y Ané Carrasco le dijeron a la mesa con sus nudillos por aquí va el compás ante el patio del Cartuja Center. Por bulerías Lorca y Pepe Marchena descorcharon la garganta del toledano con Los cuatro muleros y un guiño a El Chaqueta. Derrochó el almíbar con el que enjuga su gañote por granaína esquivando el programa de mano. En la soleá demostró el dominio absoluto de las variantes alcalareñas o la de El Mellizo y aunque le robó a Tomás Pavón aquello de me voy por la otra acera, mintió prosiguiendo con su repertorio al transitar por la ortodoxia flamenca, salpicándolo de aportaciones personales con buen gusto. Tal es así que incluso se atrevió con la poesía de Bécquer antes de rematar la Soleá del cariño. Meció a La amada en los tientos para mirarse en los tangos de La Marelu o Juanito Villar, siempre al lado de los registros camaroneros que le granjean un puñao más de jóvenes seguidores a los que dedicó parte de su actuación. La otra a los mayores, para no perder cuota.
Diego del Morao tuvo la mayor parte de la culpa de todo. No se puede tocar mejor. Arrastró a Israel desde que pisó las tablas. Le arañó las entretelas para que se entregara en los apretones y luciera los dones con los que ha sido agraciado. Le tocó como el que embauca, como el que se aprovecha de la inocencia de un niño para llevarlo por donde quiere. Cuando se quedó solo en el escenario con su bulería Morá, arrancó la piel a jirones llevándosela a Jerez pa abrigarse en el invierno. Los bordoneos gordos, alzapúas vertiginosos y un soniquete impropio de lo humano recorrieron el ébano sin cejilla para no limitarse en armonías, acariciando las cuerdas con sensibilidad en los pasajes melódicos y empujando con una pulsación potente en los momentos de enjundia. Soberbio, sensacional.
Pidió Israel disculpas por atreverse al piano. No importa. Me valían sus ganas. Se acompañó el Vino Amargo de Rafael Farina en tonalidades que le venían bien. Un baño de medios tonos cargados de emotividad lo descubrieron más íntimo, gustándose y gustando. Sentó como un remanso ante las estridencias de los altos donde se movió durante casi toda la noche. Llegó a todo. Pero también supo medirse en los bajos.
Se fue a Levante con su cartagenera. Bien cantada pero a la sombra de una guajira en la que se apoyó de nuevo en Marchena para sacarle los colores al arco del pentagrama. Dijo el cante. Paseó por los fraseos palpando en los entresijos, marcando cada rincón. Los conocía. Luego El desamparo por seguiriya. Oscura pero no hiriente. Ni el macho en el que sentenciaba Agujetas que tengo yo en mi pecho hincao un clavo punzó las venas.
Las bulerías frescas, surtiéndolas con letras de Los Chichos, Parrita o La maja aristocrática de Pastora, que entona como nadie. Vaya mezcla. Una tanda de fandangos sentidos coronó su actuación. Las pataítas de age de los palmeros, ovación enorme y se acabó.
Israel vino a Sevilla con lo mismo de siempre. Nada especialmente nuevo, nada que sorprendiera. Ni siquiera su cante. Es asquerosamente perfecto. ¡Qué envidia! Conoce los secretos de cada tercio y al desvelarlos rompe la magia. Llega arriba y abajo. Pero fue Diego quien pegó los pellizcos. A pesar de su bonhomía y entrega, agota el cante superando el riesgo. Juega con la velocidad, afina con detalle, canta de lujo, no falla. Pero costaba encontrar el momento donde encajarle un ole en la noche del triunfo del frío.
Mucho público había allí, aunque no estaba lleno el precioso recinto.
Gente con ganas y espectación.
Y vimos un buen espectáculo.
Esa guitarra prodigiosa que parece superar lo humanamente posible me deslumbró… Y con el cante de este artista disfruté en cada palo, pero, ciertamente, yo, que prefiero la verdad y lo jondo, pues no me volví pa’ ni casa tocado en las entrañas…
Es un artista, este cantaor, pero quizá aún no haya vivido enteramente su tiempo o no le haya dejado la vida cicatrices, ¡pero yo qué sé!
La cuestión es que yo busco Verdad en el cante y este arte tiene ese misterio y esa posibilidad del instante insustituible y que no se puede comprar…
Y estos genios talentosos, que tanto tenemos por nuestras tierras, tienen un don que quizá a menudo se les disperse entre el artisteo y lo profesional mientras el pueblo aficionao espera la magia que borre un segundo de sus vidas todo lo superfluo de sus caminos…
Me encanta tu respuesta. Coincido muchísimo.
Saludos,
Gracias Iván. Coincidimos. Abrazos
Qué bien escribes, amigo… Con esto te lo digo todo.
Gracias Enrique. Me alegra el comentario viniendo de ti. Abrazos.
Preciosa crónica flamenca. Me hubiera encantado ir, pero me dijeron que no había entradas.
Tengo para el 29 en el Lope a Mayte.
No había entradas porque no pusieron más a la venta tras el cambio. Caber, hubieran cabido muchas. Te veo el 29.
Saludos y gracias.
Verdad, había sitio.
A ver por qué?