Crítica de la actuación de la cantaora Mari Peña con Antonio Moya a la guitarra. Intervinieron también sus hijos Manuela del Moya al cante y Antonio Moya hijo a la sonanta. Peña Flamenca Torres Macarena (Sevilla), sábado 22 de octubre.
Todavía quedan cabales que acuden a cualquier rinconcito al calor de la tradición. Al olor de la tierra, buscando en ella la herencia de las casas cantaoras. Desde la Peña Flamenca Torres Macarena pegaron un silbío que resonó en la campiña sevillana. Y Utrera tuvo que ser: entre Peña y los Moya regalaron una noche entrañable para los que saben istinguí.
Era un día especial. El hijo menor de Mari Peña y Antonio Moya cumplía quince años. Disfrutó nervioso de su alternativa en el templo del flamenco sevillano. Agarró fuerte su guitarra. Tocó de la mano de su padre que, rebosante de emotividad, parecía pedirle al mundo que se parara porque ya lo tenía to: su mujer, su hija y su hijo brillando en el entarimado.
El joven guitarrista prendió el instrumento para tañerlo a dúo por bulerías. Recrearon esas falsetas que acompañaron a Gaspar de Utrera en su disco Casta hilvanándolas con otras añejas blanqueadas por la cal de Morón. Antonio cedió el protagonismo a su criatura, que ya viene apuntando maneras por la senda del sabor. Porque la sonanta de Antonio Moya se aleja de florituras vacías para pegarte pellizcos por minutitos. Su hijo Antonio tiene de esto un ramalazo. Y un buen maestro, que junto a Mari ha creado un hogar donde el arte se ha mamao desde chiquetito. Así lo demostró también Manuela del Moya, su hija. Abrió el cante con la taranta murciana de El Cojo de Málaga y el taranto del Tío Rufino. Abordó los tercios con dulzura, sin necesidad de agarrarse al grito efectista, paladeando. Cogió el testigo Mari para bordar los tientos. Los hiló reposada, con maestría. De nuevo el tributo a Gaspar. Después se bamboleó gustosa en el remate por tangos.
Para principiar el mano a mano entre madre e hija, Manuela chorreó sedosa el primer fandango por soleá acordándose de Caracol. Mari respondió con otro de caramelo pidiendo un beso y otro beso de tu boca. De pie acabaron con la reconciliación de esta disputa en la que no hubo más remedio que empatarlas. Cada una tiene lo suyo.
La seguiriya sonó en la voz terruna de Mari recordando las formas de Bastián Bacán y echó los restos con enjundia en el cambio de El Tuerto la Peña. Prosiguió Manuela paseándose por Alcalá, recogiendo de la cava trianera la versión de La Andonda, evocando a La Serneta, a Rosalía de Triana y a Fernanda en el cerrojazo del estilo donde se lamentó arañando con el ¡doló de mare mía!
Al llegar la primavera las penas se hacen coplillas y el beso sabe a canela. Así sentenciaba Mari por cantiñas, lo mejor de la noche, con unas hechuras de gitanería que garrapiñaron cada estrofa. Supo mecer el cante jugando con el compás a su antojo, parándolo, arrancando a su tiempo, entrando y saliendo de la amalgama dominando el laberinto jondo que para ella no tiene misterio. Se enredó con sus cabellos en las de Pinini. Con el son en la sangre de los de la Buena volvió a demostrar que hoy en día es la única representante de Utrera que sigue abanderando la denominación de origen de este bendito pueblo. Y no la programan en La Bienal, relegando el flamenco de verdad a la categoría undergound.
La bulería llegó con Manuela robándole a El Extremeño esa letra en la que Cristo da de beber a toítos los sedientos. Y de aquí en adelante todo fue piñonate, como se cocina el cante en la tierra de los mostachones. Al socaire de las guitarras de los dos Antonio y las palmas de Rocío Peña comenzó un fin de fiesta de arte, marca de la casa. Mari terminó de despellejarse en la entrega. Subieron a las tablas las bailaoras Rhina Motohkaw y Carmen Ledesma y la cantaora Angelita Montoya. Carmen derrochó el coraje que la inunda, Angelita tronó con su voz preclara y Rhina evidenció que los flamencos nacen donde a ellos les da la gana.
Fue una noche inolvidable, lejos de la frialdad que hoy viste al flamenco. Antonio hijo aseguró la continuidad de la guitarra de Moya. Este tocó preñado de sentimiento. Daba igual la imperfección, porque lo jondo sabe mejor con tropezones. Los tachones en las cuerdas de una guitarra o en una garganta rozá como la de Mari, que llora el cante, sientan a gloria bendita porque nunca son iguales. Pero siempre te pegan el zarpazo en la piel dejando la marca indeleble de la pureza interpretativa. Manuela no imposta ni imita buscando teatralidad. Se deja llevar por el sentimiento. Bebe de los manantiales utreranos y de otras aguas de regusto sin desviarse, dulcificando el quejío y doliéndose suavito. Y aunque le costó un poco apretar en los altos, los terminó resolviendo sin que se le escaparan por las comisuras.
Utrera tuvo que ser. Mari Peña y Antonio Moya (y Manuela y Antonio hijo) echaron a andar sobre los maderos de Torres Macarena los duendes que hacen camino.








De lujo Kiko Valle…. Si me gustan tus críticas, esta la multiplico por diez. Porque además de tus bonitas y certeras palabras, me llega al corazón porque esta familia la, quiero como a la mía. Nunca olvidaremos el trato que le han dado y le dan a mi hijo Sebastián Sánchez desde que llegó s, Sevilla con 18 añitos y hasta hoy en día que ya no residentes allí. GRACIAS Maestro a tí y a Mari , Antonio y a, sus niñ@ .
Muchas gracias Vicente
Genial Kiko, un abrazo amigo
Gracias Joaquin!
Que fenómeno eres Kiko, premio planeta, pero no el cantaor
Jajaja no es pa tanto. Pero se agradece el elogio por supuesto. Abrazos flamencos.