Apostaron a caballo ganador. Una dedicatoria a Fernanda de Utrera, un elenco de altura y un marco precioso hicieron de la 48ª edición del Festival Flamenco Ciudad de Tomares parada obligatoria para la afición. La taquilla sin entradas y gente en la calle. Quinientas personas calladas respetaron a los flamencos abarrotando la blanca sillería de la Hacienda Santa Ana. Nos recibieron los lienzos en los que los pinceles jondos de Manuel Machuca retrataron a Pepa Montes, Chocolate, Riqueni, Paco de Lucía, Lola Flores, Morente, Fernanda o Manuel Molina crucificao evocando a El Cachorro. Presentó con templanza y sabiduría Manuel Curao.Y después se hizo el cante para principiar el que hasta ahora ha sido el mejor festival flamenco al que este crítico ha ido en lo que va corriendo de verano.
Rompió el silencio Ismael de la Rosa El Bola. Entonó letrillas del romance de Flores y Blancaflor –caballeritos y hombres buenos– para adentrarse en la seguiriya en la que gustó por Tío José de Paula antes de precipitarse en el macho de Juan Junquera. Prosiguió con su voz enjundiosa y cautivadora al compás de cantiñas, romeras y alegrías demostrando dominio de los bajos y un gusto exquisito en la frescura de sus giros. Aunque salió destemplao en la mariana. Pero dijo el cante dibujando guirnaldas con su gañote, sin historiarlo demasiado y arriesgando en la búsqueda de melismas originales. La remató por tangos de Triana, a la que le robó después la soleá, ligando los tercios, luciéndose en la de Charamusco o la de Pinea, a veces casi susurrándola a media voz, rozando el falsete. Terminó por bulerías tributando a Lorca y Manuel Molina. Lo acompañó a la guitarra Antonio Gámez sirviendo con delicadeza. Le faltaron unas palmas para redondear el cuadro, pero El Bola presentó sus credenciales como cantaor pa alante anticipando que, cuando sus maneras dejen de oler a baile, despuntará con una personalidad distinta en un panorama en el que la copia es lo que abunda.
Con la extraordinaria guitarra de Paco León, de inspiración ceperiana pero con sello propio, salió a las tablas Ezequiel Benítez. A las palmas Naim Real y Tate Núñez. Ya traía la voz hecha y caliente. Enjaretó los tientos tangos augurando un repertorio cuadrao de su autoría. Se paseó por rincones alcalreños al templarse por soleá. Luego por Triana con La Andonda y por Cádiz con El Mellizo. Pero donde descolló sobremanera fue en las variantes de El Chozas, que muy pocos las cantan y menos tan bien como Ezequiel. Coronó valiente con la de Paquirrí, dulcificándose luego en la malagueña, cuyo segundo cuerpo apuntó a compás de abandolaos. Un puñao de fandangos, aplaudidos con ímpetu por el público uno a uno, cerrando con el de El Gloria, prologaron una bulerías de age, con el taranto de Manuel Torre metido en los doce tiempos, en las que las chuflas y pataítas finales alborotaron al respetable que ovacionó su intervención. Ezequiel nunca defrauda. Y la noche del quince de julio estuvo genial. Su voz versátil y un conocimiento amplio del cante le dan holgura para encandilar. Y así lo hizo.
Cuarenta años de cante en las alforjas le otorgan a Mayte Martín la sensibilidad para cantar como le dé la gana. Trenzó con sublime dulzura los tercios. Desde que despegó sus labios trinó sin pegar voces. Acarició el cante erizando el vello sin acudir a la embestida. No apuñaló. Pero dolía suavito. Abrió por malagueña, incardinando la de La Peñaranda en la tanda de abandolaos, donde ofreció un surtido por rondeña, lucentina, fandango de Frasquito Yerbabuena… Derramó almíbar en la soleá, repasando variantes por doquier. Destelló tejiendo el reniego en la seguiriya. La abrochó con el crujío de los cristalitos de Mairena. Y después se perdió sedosa por la Alameda rescatando los mimbres viejos de La Niña de los Peines en los fandangos. Se fue por bulerías acordándose de Jerez, Sevilla y Utrera. La sonanta del jerezano José Gálvez cuajó de recortes y bordones un acompañamiento soberbio, flamenco por castigo. Aunque a veces se excedió sin querer en el protagonismo.
Antonio Higuero adornó con filigranas sus cuerdas. Cantarote y Diego Montoya finos al compás. Jesús Méndez al cante. Jerez en los maderos de Tomares. Agarró este gitano la bulería por soleá y apareció el soniquete. ¡Cómo arremetió en la de Frijones! Meció la melodía por tientos. Entró en los tangos con Pastora. Salió con Mairena. Se le dobló el gusto en la seguiriya, echándole reaños. Luego la de Tío José de Paula. Y cerró con empaque en el cambio. Bulerías para acabar. Le endosó en medio un fandango y tronó al aire sin micro honrando la memoria de Luis de la Pica. Jesús es una apuesta segura. Se faja cada vez que sube a las tablas y lo da todo. En Tomares se peleó con el carraspeo. Le rajó la voz pero siguió sonando bonito. Porque posee un torrente de flamencura que domina sobre el viento. Fundió los metales jerezanos para regalárselos a Sevilla.
Lucía La Piñona al baile puso el broche de oro al festival. Salá por alegrías, movió a su antojo y con sensualidad la bata de cola verde de Pilar Cordero. Después de negro luto se quejó el cuerpo por soleá con remate por bulerías. Derrochó técnica y elegancia a partes iguales en una coreografía fluida, espontánea, natural. La Piñona señaló que la sofisticación no está reñida con el pellizco. Y a pesar de que su baile no es racial, dio bocaítos de locura. Bailó con todo el cuerpo, pero atesora un braceo que disloca. Personalísima en las escobillas, precisa en el zapateado, distinta en desplantes y figuras, Lucía atrajo con la belleza de una propuesta aparentemente sencilla pero plagada de detallitos nuevos, sin demasiadas concesiones a la extravagancia vanguardista. Redeondeó los marcajes y perfiló sus aristas cuando la intensidad del discurso estético y musical lo pedía. Prendió de colores su baile y hubo un momento en la soleá en el que congeló la respiración y el tiempo. Solo sus pies y su estampa sobre el entarimao quebraron el escrupuloso silencio. Tremenda.
Javier Heredia se dejó el pellejo cantando y bailando durante el cambio de vestuario de La Piñona, especialmente en el recuerdo de Gaspar de Utrera. Y rememoró a aquellos flamencos del corte de Anzonini, Paco Valdepeñas, El Andorrano o El Funi. De arte.
Acompañaron a Lucia a la guitarra Ramón Amador, que destacó por la musicalidad y pulcritud de su toque, y al cante Manuel de Gines y El Pechuguita, que cada vez canta mejor y tiene entre sus virtudes aquella de no repetir constantemente el repertorio de letras, algo que se hizo pesado en los cantaores que encabezaron el cartel, de los que pude adivinar letra a letra casi todas sus intervenciones al completo. El Pechuguita además se entrega sin ojana ni vicios en los registros para el baile. Lo mismo te da un revolcón desde atrás que cuando canta en solitario rebuscándose. Su voz redonda, flamenca y acampaná encaja en cualquier sitio, de ahí que se haya vuelto uno de los cantaores más solicitados.
Parte del público se najó antes de las tres y media de la madrugda cuando con La Piñona terminó todo. Así acabó un certamen pergeñado con notable acierto a la producción por el representante artístico Hugo Pérez y la ayuda de la peña flamenca de la localidad. Tomares puso el listón alto en la canícula sevillana. Hasta ahora el mejor festival que he disfrutado en el verano. Un festival de categoría.