Ni el calor aplastante de julio amilana. La Peña Torres Macarena volvió a colmar la sillería a la llamada de los pies de Antonio Amaya El Petete. Cuajao de artistas que acudieron a llevarse un arañón tiznao, el templo del flamenco vibró al compás del bailaor sevillano. ¡Y cómo bailó! Puso de acuerdo al respetable, que encajaba los oles al unísono como si no hubiera otro sitio donde endiñarlos. Porque El Petete pegó pellizcos y bocaos, dibujándole con cardenales en las carnes a la afición la senda del baile macho y gitano.
Un elenco de altura acompañó a Antonio: la guitarra de El Perla, las campanas gordas en el gañote de Enrique El Extremeño, El Pecas también al cante y las palmas y el arrope de Emilio Castañeda. ¡Casi na!
Abrió un solo de guitarra por malagueñas como preludio. Y aún sigue encalando de jonda frescura las paredes de la peña. El Perla anticipó una noche de age en la que su sonanta tuvo gran parte de culpa. Trinó con pulcritud. Destiló una pulsación exquisita, flamenquísima. Se enganchó al compás sin esconderse y respondió a la servidumbre brillando en su medida. Arpegios, trémolos y picados definidos, rasgueos redondos con aplome, recortes precisos, las respuestas en su sitio. Disfrutó del cante y el baile, descollando en todas las facetas. El Perla dio una lección de acompañamiento, llevó en volandas al cuadro.
El martinete en la garganta de El Extremeño pesaba quintales. Lo empujó desde la negrura con reaños, apretando los puños y quejándose. Lo secundó El Pecas con regusto. Luego salió El Petete perfilando los primeros dibujos, marcando con fuerza las figuras. Los pies potentes, el braceo contumaz. Y llegó el lamento de la seguiriya para hacer del baile un monumento al dolor, paseando la herida, cosiéndola con un zapateao potente, retorciéndola entre sus manos, estrujándola al recogerse la chaqueta, llorándola en el silencio y retándola con furia en las arremetías. Unos tangos con sabor en la voz de El Pecas aliviaron. Pero en la soleá, El Extremeño le arrojó los duendes a El Petete que jugó con ellos en el trance de la inspiración. Y fue aquí cuando entre la elegancia del paseo, las llamadas, la precisión en los tacones y la verdad en el gesto se metió al público en el bolsillo y lo llevó por las vereas del ritual del arte.
La peña levitó alborotá a golpe de tacón. Los recortes con enjundia levantaban a la gente de la silla jaleándolo. El Extremeño no se contuvo en un momento de la soleá y abrazó en el escenario al bailaor después de un arrebatador desplante de locura con el que culminaba una patá del remate por bulerías.
El fin de fiesta congregó sobre los maderos del entarimao a un montón de gente que subió gustosa para acompañar al bailaor. Sus primos de Algeciras (Manuel Soto y José Soto, que se marcaron su buena pataíta) y varios artistas como Marián Fernández -con giros preciosos en su voz-, José Anillo -al que Torres Macarena tendría que buscarle una fecha para derramar los cristalitos flamencos que tiene en la nuez-, Luis Peña, sobrao de gracia, Lola (mujer de El Perla, que cantó pa reventá por Gaspar de Utera) y José Reyes, que lo dio todo al cante. Soberbio, junto al piñonate de El Extremeño la singularidad de El Pecas y el baile extraordinario de Emilio.
Así cerró la peña una noche en la que El Petete bailó como nunca. Se abandonó a la improvisación y le brotó el baile. Se entregó a la espontaneidad, se olvidó de las miradas para fundirse con alma y surgió la magia del flamenco en la naturalidad de sus figuras. Bailó macho y gitano. No pensó el baile. El baile lo pensó a él.
Actuación del bailaor El Petete en la Peña Flamenca Torres Macarena, Sevilla. Viernes 21 de julio de 2023