Crítica de la actuación del bailaor Juan Tomás de La Molía con Jesús Rodríguez a la guitarra, Jesús Corbacho al cante y Emilio Castañeda a las palmas. Peña Flamenca Curro de Utrera, Utrera, Sevilla. Sábado 28 de octubre de 2023.
Rompió el silencio una granaína. La entonó la guitarra limpia y precisa de Jesús Rodríguez colmada de enjundia. De pulsación potente, la sonanta profunda de Jesús derrochó sensibilidad durante el ceremonial de flamencura en el que se convirtió la actuación del bailaor Juan Tomás de La Molía. El cante lo endulzó la garganta garrapiñá de Jesús Corbacho. Las palmas corrieron a cargo de Emilio Castañeda, resolviendo los misterios del compás. La Peña Flamenca Curro de Utrera estaba abarrotá de aficionaos cabales y peñistas. El ciclo rendía honores a Fernanda de Utrera. Y ya van dos de dos por todo lo alto. Si la semana pasada nos zamareó el torbellino de Yaiza Trigo, esta vino a desbaratarnos el sentío Juan Tomás, probablemente uno de los mejores o el mejor bailaor flamenco de su generación en el panorma de lo jondo.
Comenzó el espectáculo por alegrías y Utrera se volvió salina. Derramó la gracia en los paseos, recortando cada uno de los compases de la algarabía. Juan Tomás puso guirnaldas con sus brazos y apuntilló con age los maderos de la peña. Jugó con los tiempos y bailó pícaro engañando con la cintura. Sin alejarse del canon varonil pero cuajando su coreografía de contoneos. Coloreó figuras flamenquísimas transparentando con su cara la algazara que sus pies definidos y potentes tatuaron sobre la tarima. El trebujenero mandó en el escenario. Pidió cante y le bailó, pidió guitarra y la tuvo. Le echó la mano por el hombro al duende emborrachándonos de arte. Juan Tomás brilló con donosura.
Corbacho trinó por malagueña y abandolaos paladeando el cante en su nuez. Rizó los melismas desparramando un gusto exquisito. Y luego llegó el baile por soleá, donde Juan Tomás descolló majestuoso, elegante, rancio… Supo pararse, aplomando los tercios, luciéndose en los paseíllos. Pellizcó embistiendo y en la quietud, porque así como en el cante el silencio es música, en el baile hay que saber domeñar el reposo. Lo bordó en las escobillas y zapateaos, pero bailó con todo el cuerpo. El cierre por bulerías fue pa reventá. Y de propina un fin de fiesta con lucimiento de Emilio y su pataita de vértigo, la de David Bustos que subió para la ocasión y hasta la del guitarrista al que obligaron con la guasa.
Juan Tomás de La Molía tiene reaños y hechuras. Doblega la técnica al arte, trasmite. Baila con naturalidad o quizás es naturalmente el baile. Te arranca los oles de cuajo y te levanta de la silla. Disfruta sobre las tablas, se entrega y te regala el placer del ritual. Endosa pellizquitos de jondura. Posee buenos brazos y unos pies perfilados, con definición y fuerza. Baila también con la cara. Juan Tomás es sencillamente un bailaor con mayúsculas.
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