Crítica de la actuación del bailaor Pepe Torres con la guitarra de Luis Medina y el cante de Manuel Tañé y El Pechuguita. A las palmas El Petete. Peña Flamenca Torres Macarena, Sevilla, viernes 28 de octubre de 2022.
No cabía un alfiler. La Peña Flamenca Torres Macarena estaba a rebosar. Los aficionaos se agolpaban para sentir en el pecho el bramido salvaje de los tacones de Pepe Torres. El moronense bailó a gusto. Se entregó descarnado en una noche de lujuria flamenca que quedará impregnada en los ensolerados muros de esta casa. ¡Cómo gritaba Torombo ensirocao jaleando al bailaor! «Quien manda, manda»
El cordobés Luis Medina tendió las seis cuerdas de su guitarra al servicio del baile. Abrió el tocaor en solitario con las palmas de El Pechuguita por fandangos. Calentó las yemas de sus dedos. Comenzó a destilar flamencura. A pesar de algunas imprecisiones ofreció un buen acompañamiento, acompasado, con el empaque necesario que pedían los pies de Pepe y las gargantas de los cantaores.
Manuel Tañé principió con la bulería por soleá. Despilfarró su torrente caldeado durante toda la actuación. Alternó el tosco alarido con el cante recortao y seco. Los golpes de voz vinieron bien al baile pero mal a los oídos de una afición educada al buen decir, no solo al grito. Nada que ver con El Pechuguita, que cantó inspirado y con gusto, rindiéndose a Pepe pero también a la seguiriya doliente que lloró lastimero por los rincones de Manuel Torre para salir después apregonao en los tercios de Tomás Pavón. Se apretó bien los machos coronando con el cambio de Diego El Lebrijano.
La sonanta de Medina derramó la sal por alegrías. Pepe bailó sobre ella al arrope de la nuez de El Pechuguita, que brilló en las de Pinini o arromerándose luego por la Maestranza de Sevilla. El de Morón destelló con la cal de su tierra. Hizo de su danza un monumento. Paseó la elegancia de la pose varonil: el baile macho. Con la enjundia de los que lo llevan mamao, sin academicismos de corsé. Le brotó la naturalidad flamenca en cada recorte. Los desplantes fueron estallidos de locura, sus pies la definición de la pulcritud. Y elevaba los brazos empujados por la gallardía. Si buscan en el diccionario qué es el flamenco en el baile se toparán con su nombre. Artista de artistas. Pepe Torres es para mí, sin duda, el mejor bailaor de pellizco que pisa hoy los escenarios. Se planta en el entarimado y solo con pestañear te araña las entretelas del sentío. Se recoge la chaqueta y te revuelca.
Pero fue en la soleá donde supo pararse en una astilla de los maderos del templo. Anduvo acariciando las tablas como si participara del ritual del cortejo con la pena. Las apuntilló a taconazos. Se abrazó al compás y restregó las puntas y suelas con pasajes que emanaron de su sensibilidad creadora. Los marcajes eran perfectos. Dibujó figuras para retratarlas en los manuales del duende. Y sus pies abrieron los surcos que señalan el camino que lleva al éxtasis del baile flamenco.
La bulería puso el broche. Pepe entró en trance creando la apoteosis de la emoción. No le dio tregua a la piel, erizada en perpetuidad asomándose a la llamada de sus pies. El público enardecido vitoreaba cada paso. Torres se creció en la Macarena. No vino a demostrar nada. Pero no le hacía falta. Porque solo demuestra quien necesita justificación. El baile de Pepe es la evidencia esencial del flamenco en estado puro. Lo ve un ciego a oscuras porque su cuerpo se respira, huele a raigambre, a la tierra de la que nace, al borbotón del manantial de donde fluye.
Lo acompañó a las palmas Antonio Amaya El Petete, un joven del Polígono Sur que al darse la pataíta en el fin de fiesta firmó la continuidad del baile. Planta de señorío, fuerza a raudales. Sabe pasear con finura, pisar con contundencia y robarte los oles de la talega de los repelucos. Bailaor de rajo que lleva la gitanería en los zapatos y en su braceo distinguido. Si el ojo no me falla, ni al embriagarme con sus hechuras se me nubla el entendimiento, puedo mojarme diciendo que llegará a ser de las primeras figuras del baile que dé ahora Sevilla.
Con unas pinceladas de Luis Peña y África de la Faraona se acabó todo.
Pepe Torres nos hizo disfrutar como nunca. La peña abarrotá. El respetable borracho de flamenco. El bailaor cerró un espectáculo que quedará tatuado en las tablas de Torres Macarena por los siglos de los siglos. Porque «quien manda, manda»
Gran crónica con muchas verdad kiko
Gracias Juan