Poco más de un tercio del aforo del Maestranza aplaudió para abarrotar las ausencias. Lo que inicialmente parecía un recital tibio, se convirtió en una propuesta cautivadora. Marina Heredia comenzó a pespuntear un repertorio amplio, valiente. Se encerró en el teatro con doce cantes. Salió airosa, convenciendo y por la puerta grande.
Inauguró el viaje por alegrías trasluciendo su voz quebrada. La guitarra de José Quevedo El Bolita la paseó por callejones de melodías dulces y composiciones adobadas con la sensibilidad que ambos comparten. Después vinieron los tientos tangos bamboleados en los mimbres de una garganta caliente. Templó los tercios de La Repompa y se atemperó en Málaga. Una soleá empujó los melismas al paladar para mascarlos por Cádiz o Triana y despenarlos con el colofón atrevido de Paquirrí. En la seguiriya despellejó su entrega sincerándose a lágrima viva. Después alzó el entusiasmo, quizás borracha de dolor, con la emotividad de su Status Quo por la reciente perdida de Manolete, a quien dedicó el cante. Dulce y tierna como la yemita de un pionono de Santa Fe, se apuntaló en las cuerdas de una guitarra portentosa de creatividad sonora y pulcra ejecución para desaguar el llanto hecho farruca. Espléndida.
Prosiguió ardiente con el Fuego Fatuo honrando a Falla, cuyo retrato presidía el escenario junto al de Lorca y al de la abuela de Marina. La percusión de Paquito González se distinguió por lo apropiado de su actuación. Tan fino que no presumió ensuciando la música. Todo lo contrario: marcó la senda rítmica a la sombra dibujando el espacio onírico del compás de manera sobresaliente. La coral femenina surgió plena de gitanería. Anabel Rivera, Fita Heredia, Marián Fernández, Macarena Fernández, Estrella Fernández y Aroa Fernández le hicieron una almibarada cama vocal sobre la que lucirse. Como también lo consiguió Bolita en la Farruca del Molinero a solas con la sonanta para terminar de embelesar.
A partir de aquí ya era evidente que su inventario siguió discurriendo por los dominios en los que manda. Temas más acancionados que en la nuez de la granadina saben a tocino de cielo, sin dejar de ahondar en la espesura flamenca. Porque Marina tiene la potestad de hacer lo que quiera y dejar el regusto jondo. Es muy artista. Pellizque más o menos.
Relajó con la nana cual suave suspiro acaramelado para envolverse en un cuplé de Sedas de angustias. Gimió lastimera la Dulce queja pa pegarle bocaítos y tras los Segaores revolucionó el patio. Ya iba uno resbalando entre algodones con tanta caricia. Vino a cuento que las mujeres se anudaran los delantales con ribetes y mantoncillos salaos. Los fandangos granadinos alborotaron la algarabía anticipándose a unos tangos sabrosos de la tierra con los que removió los culos de los asientos y el suyo propio en una demostración de sensualidad flamenca: el twerking jondo como atinó a bautizar mi amiga Carmen Arjona, sentada a mi lado. Los quejíos morunos de las gitanas concluyeron. Después al compás de bulerías entraron los Cantes de la danza por alboreá y el tributo a la cachucha, la mosca y la roa con la picardía y el age que estas a las que le endosan aquello de la mala follá saben bailar y cantar como nadie. El aplauso infinito forzó el bis con ritmo de tanguillos: El Petaco. Ole Marina.
Fotos: Claudia Ruiz. XXII Bienal de Flamenco de Sevilla
Como se disfruta lo que está bien hecho y bien interpretado… Se nota la, trayectoria, y la Maestría que da el trabajo de años …. Enhorabuena 👍👍🙏❤💜💜💜💜
La noche parecía que iba a ser regulera pero dio un vuelco y fue muy buena. Al final me acabó gustando.
Abrazos Vicente.