Los flamencos de Utrera de luto por la muerte de Manuel Requelo. Se cumplen 30 años del adiós a Perrate y 100 del nacimiento de La Perrata. Y un día antes de Nochebuena, su sobrino nieto David Peña Dorantes recibe visiblemente agradecido el homenaje de los cabales en El Mostachón. La burocracia ha querido retrasar este año el festival. La directiva de la Peña Flamenca Curro de Utrera, con su presidente Enrique Yerpes a la cabeza, se ha vuelto a dejar el pellejo por sacarlo adelante. Más vale tarde que nunca. Si además reinciden en las formas, mejor que mejor. Porque esta peña sabe hacer bien las cosas. Una cuidada organización, los tres pilares del flamenco representados (cante, baile y toque), una presentación de altura, un homenajeado de nivel y artistas de calidad incuestionable vienen siendo las señas de identidad de este evento. Nunca defrauda. Esta trigésimo octava edición no iba a ser menos. Y con los ingredientes necesarios se horneó un mostachón de categoría cuya receta desgrano a continuación.
Cuando asoma la palabra del compañero Manuel Martín Martín en el proscenio se augura una ceremonia con maestría. Es la voz de la experiencia, de la afición y el buen criterio. La voz del flamenco. Engrandece el espectáculo hilvanando los capítulos con anécdotas, información, conocimiento. Engalana con su verbo, da esplendor. Derramó sus mejores tintas para ofrecer un tributo a Dorantes, repasando la historia del piano flamenco y las cualidades del agasajado en un discurso cuajado de merecidos halagos que el lebrijano pidió para conservarlo entre sus tesoros. Fue emotivo, justo, precioso. Y no quiso olvidarse de la pareja y manager del artista, Raquel Rubio, a quien él dedicó algunos piropos y la peña regaló un ramo de flores.
Pero antes Pedro Sierra rompió el silencio con su guitarra. Resguardado en el intimismo, todo sonó a melancolía. Destiló limpieza en una pulsación ora suave ora potente, jugando con los tiempos de una montaña de emociones. No solo hay técnica, sino que entre sus cuerdas se balanceó la vibrante sensibilidad por granaína, la coloratura en la farruca, la jondura flamenca en la soleá y el soniquete vertiginoso por bulerías.
Ezequiel Benítez se apoyó en las cuerdas que tañen con delicadeza y flamencura las manos de Paco León para desmigajar un repertorio profundo, de age. Así fue como se entonó en la soleá con tintes alcalareños, para enjugar la variante de La Andonda y acabar luciéndose con la de El Chozas. Meció la malagueña con la melaza de su garganta y recortaítos fueron sus fandangos, que tocaron las fibras de la afición antes de arremolinar al patio entre las risas que provocaron sus letras guasonas. Pusieron el dulce al menú por bulerías. Cantó sin agarrarse al grito pero con la voz caliente y gorda. La redondez de sus sabios melismas transmitieron la verdad de un flamenco que es ejemplo de bonhomía. Ezequiel sigue colándose en las entretelas del público y este crítico. Por más veces que acuda a sus quejíos, siempre cautiva.
El baile cerró la noche. Paula Salazar vino a sustituir a Irene Rubio. Dejó el listón bien alto. Supo dolerse por taranto y sedujo por alegrías. Derrochó naturalidad dibujando un surtido de figuras muy flamencas y llenas de feminidad jonda. No aburrió con desplantes manoseados, ni escobillas machaconas, regalando una coreografía heterogénea, fresca a la vez que tradicional. Destelló elegante, con finura. Sin olvidarse de arrecogías con fuerza y marcajes bien definidos en el braceo, además de zapateados contundentes.
Le tocó la guitarra sobrao de compás, técnica y condiciones Antonio Santiago Ñoño para hacer la cama al cante de Manuel Tañé y el maestro Enrique El Extremeño a quien Utrera le debe un homenaje, como bien señaló Manuel Martín Martín. Y es que guarda en su gañote la solera de la que beben todos los cantaores de atrás. Enrique tronó como de costumbre asentando los tercios con aplome. Por tarantos, por alegrías y en los abandolaos que hicieron de transición, mostrando la tesitura cantaora de quien conoce el paño mejor que la palma de su mano.
Cerró el telón el Teatro Municipal Enrique de la Cuadra rindiéndose ante el marfil del piano de Lebrija. Un Mostachón para Dorantes que selló los vínculos musicales y familiares que los unen en un festival tardío pero apropiado. El público que llenó el graderío aplaudió con entusiasmo para despedir el año, pensando ya en el siguiente donde se celebrará el centenario del nacimiento de Su Majestad la Soleá: Fernanda de Utrera.