La tierra tira. Cuando uno puede elegir es de tontos castigarse con sucedáneos. Ante la oferta flamenca del fin de semana me quedé en Utrera. En la peña saben escuchar. Hay buen gusto por el cante. Enrique Yerpes, su presidente, pegó un silbío pa Huelva, se trajo a Moisés Vargas y puso el broche a la programación. La guinda del postre.
El cartayero dio un recital con maestría. Ofreció un repertorio amplio en las variantes. Supo encandilar con gusto y la forma de decir el cante sin gritos ni estridencias, derrochando sabiduría y paladar.
El muy “cuco” sorprendió con la malagueña del Niño del Huerto y se abandoló después acordándose de Juan Breva. Su garganta calentita hilvanó una ristra de letras por soleá que me clavaron en la silla. Un recorrido por Alcalá, Utrera, Jerez con Teresita Mazzantini y el momentito en Triana fue el paseíllo con el que dijo aquí estoy yo enamorando al respetable. Estuvo contenido, armonioso en los bajos y brillante por arriba cuando apretó en los cierres. Cada cosa en su sitio.
Después un poco de sal. Por alegrías se fue a Cádiz recortaíto, a compás. Y meció una entrada por tientos con la que dio razones pa emocionar. Siguió a pellizquitos con finura. Se miro en Gaspar de Utrera. Paró el tiempo con ese relojillo que le regalaban pa que te olviara. Quería tener la boquita de caramelo pa hablarte y no ofendé. Pero sus labios tejieron los tercios con una voz dulce de canela. Que no ofende sino acaricia. O hiere suavito. Remató por tangos y tributó a Graná.
En la seguiriya echó los restos. Se arremetió en la negrura de una queja para lastimar. Buscó en la espesura de las tripas del cante y el macho fue una lágrima de plomo que secó con media docena de fandangos de Huelva sin repetir estilo, con letras sentidas y acabando valiente. La bulería cerró el cortijo. Unas letrillas graciosas y la pataíta de una niña de diez años que promete en el baile echaron el pestillo. Carmen Gómez lo hizo con desparpajo y gracia, moviendo los brazos con elegancia. Sus manos floreaban. El contoneo de age le auguró un futuro en las tablas.
La guitarra vino de Córdoba. Antonio Contínez acompañó sin estorbar. Le dio el sitio a Vargas y dignificó su toque con falsetas clásicas que cobijaron al cantaor en el mismo corte por el que se mueve. Porque Moisés regaló un recital esencialmente flamenco, de tradición, sin concesiones a experimentos vacíos, con jondura, anclado en el clasicismo pero aportándole sus avíos al guiso.
Es un cantaor puro acomodado en la ortodoxia que no se desvía del canon. Posee un registro vocal extenso que le permite dulcificarse en los graves y elevarse en el tono en un viaje melódico por el que camina sin secretos. No se cruza, canta afinadísimo, conoce los cantes, tiene afición, sabe estar en la tarima y camelar al público. Lo tiene casi todo. Menos la promoción que le sobra a algunos inmerecedores del peloteo interesado. Su voz pide olvidarse de la megafonía, como se pudo comprobar cuando se retiró en la seguiriya o al cantar el último fandango y las bulerías. La garganta algo engolada no se lleva con los micros.
Pero si bien estuvo sobre el escenario, mejor aún disfrutó después entre amigos con los nuíllos sobre la mesa completando el repaso por soleá, jincando dos o tres fandangazos y volviendo a demostrar su dominio del cante. Un artista humilde pero grande que debería estar considerado más allá de las varias decenas de premios que colecciona. Un cantaor por derecho que demostró anoche en Utrera por dónde se puede andar.
Firma: Kiko Valle
«Él comentario está muy bien descrito, y muy floreado, «pero yo no lo he escuchao» y me gustaría hacerlo.
Les agradecería me pusieran una pincelada,gracias dé antemanos..
Buenas.
No grabé ningún vídeo. Si veo por ahí alguno intento enviártelo.
Gracias por tu comentario.
Saludos.