Lo diré sin ambages: anoche asistí al mejor espectáculo de baile que ha albergado hasta ahora esta edición de La Bienal. Mercedes de Córdoba, junto con un elenco sobrado de atributos, formó el taco en el Cartuja Center. Evidenció que se puede hilar un mensaje teatralizado sin pisotear lo jondo. Porque vino a bailar comprometiéndose apasionadamente con el flamenco en una propuesta entusiasta que demuestra el amor por su <<destino inevitable, que es veneno y antídoto>>, fruto de la <<urgencia orgánica>> que para ella supone el baile.
Juan Campallo a la guitarra y la composición musical, Jesús Corbacho, Pepe de Pura y Enrique El Extremeño al cante, Paquito Vega a la percusión y José Manuel El Oruco al compás. Con estos ingredientes como credenciales, Mercedes no necesitó más avales para garantizar el deleite. Se acompañó de un magnífico cuerpo de baile. Cristina Soler, María Carrasco, María Reyes y Águeda Saavedra hicieron de espejo que se repliega y estalla en emociones conformando otras dimensiones de una Mercedes que desnudó sus sentimientos desparramándolos por la tarima. Solo quedaba ponerse los zapatos para comenzar el periplo liberador en el que a través de la metáfora del rito nupcial se entregó incondicionalmente <<con la firme promesa de amar y respetar (al flamenco) hasta el fin de sus días>>. Haciendo frente al maremágnum de transgresiones insulsas, Mercedes reveló que lo vanguardista es volver a las raíces flamencas para emocionar a golpes de jondura. <<Solo vive quien arde>>. Y en candela viva sostuvo con tensión los sentimientos que afloraban en cada pose para afianzar un conmovedor juramento al grito del tacón y el desplante.
Inauguró la obra el romance. La personalidad sensibilísima de los puyazos que Pepe de Pura destila en su garganta arrancó el baile. Se alternó con la miel de Corbacho. Mercedes comenzó a derramar todo el arte que rebosa. El cuerpo de baile unas veces interpretó las sombras de Mercedes, otras encarnó sus identidades, en ocasiones cada una de sus integrantes cumplió un rol actoral en la boda. Pusieron la nota discordante, divertida y fresca desde sus intervenciones en la Fantasía musical que prosiguió al idilio del principio, hasta el culmen de la originalidad por tangos y cantes folclóricos en Yeli, yeli, donde cupo hasta una muñeira,antesala del broche del espectáculo. Una pieza de percusión en la que al alimón con El Oruco y Paquito Vega las féminas hicieron compás con sus gritos, chascarrillos, copas y los cubiertos de la improvisada mesa del convite que vendría después. Antes hubo momentos para la comunión, consagrada con un clavel rojo que Mercedes entregó a las bocas de las bailaoras, e incluso para la fabulosa seguiriya de Saavedra con los palillos, siguiendo con el taranto y la petenera de Pastora en Olvidadas. Pero donde recayó el peso de la ceremonia fue en los pasajes en los que la voz atronadoramente flamenca de Enrique El Extremeño, preñado de empaque y a gusto, se fundió con el baile de la cordobesa. Especialmente en su Confesión por soleá, antológica y memorable. Mercedes desplegó flamencura provocando la temblaera, desvalijándonos el alma de oles, despojándonos la piel que se iba a sus pies al compás de amalgama. Gestos apetitosamente naturales amasados en los centros de una bailaora que no otorga concesiones a nimiedades modernas de mal gusto. Todo lo contrario: rebusca en las grietas de lo rancio y baña sus originales figuras con el oro personal de una flamenca de bandera. Me atrevo a decir que a día de hoy la más completa de todas. Porque además está poseída por el ingenio creador. Ha ideado, dirigido y coreografiado una obra sofisticada, tan melosa como profunda, cargada de simbolismo. Tal como reza el título del poema de Braulio Ortiz Poole que vertebra parte de la función, Mercedes es aquí Una mujer que muestra su verdad. Su cuerpo se subyuga a la seducción y las tentaciones, a la incertidumbre, al miedo… O se abandona desatada al éxtasis de la alegría al contrapunto de cuando <<escupe su metralla>> y <<camina sobre el fuego>>, como profirieron simulando las lecturas de las nupcias las bailaoras del cuadro.
En la alegoría de la fiesta del matrimonio con el baile, sin descanso ni reparo se sucedieron danzas y cantes en una celebración sutil donde la aparente improvisación estaba tan medida como la imprevisibilidad de la vida. Aquí dio el Sí, quiero con el que concluyó el espectáculo tras la velación de Mercedes. El cante por rumbas de una de las chicas subida al escenario del convite, mesas a cada lado, los invitados de un lado a otro participando del jolgorio, manteles por mantones, copas como instrumentos de percusión, cantiñas de Pinini, alegrías de Córdoba, jaleo, bulería por soleá, coplas, una milonga con Mercedes bailando sobre la mesa al cante de Pepe de Pura, bulerías y unos fandangazos en la voz dulce de Corbacho rodaron sobre la embriaguez de la juerga flamenca que selló con solemnidad el discurso en el que ella prometió a su baile amor eterno y respeto <<hasta que la muerte nos separe>.
Mercedes creó imágenes sugerentes y hermosas. Se encogió en el miedo y mostró el coraje recortando los desplantes con fuerza. Pisó la madera con contundencia en unos zapateados limpios. Bailó escobillas inusuales en las que jugó con el tiempo, sedujo con contoneos flamencos y sensuales de una dulzura sin igual, regaló marcajes de enjundia y no se limitó a la ostentación de enseñar unos pies portentosos. Conjugó los dibujos del paseo por el entarimado con un braceo original concibiendo estampas de sorprendente belleza. Disfrutó al descobijar su intimidad y lució su baile con falda o bata de cola dominando los diferentes registros estéticos que concurrieron en cada momento.
Mercedes de Córdoba bailó flamenco. ¡Cómo bailó! Estremecida por el cante insondable de Enrique, acompañada por la guitarra sinfónica de Juan Campallo, que dio una exhibición de ternura y buen gusto musical con sus composiciones y su toque. Sin duda alguna, es el guitarrista mejor dotado para el baile y la creación porque sabe pintar con sus dedos sobre las cuerdas la atmósfera de la que todos respiran. ¡Qué delicadeza! ¡Qué paladar! Como el que gastan Corbacho y Pepe de Pura regalando melaza.
Mercedes dignificó con su baile La Bienal, que viene descafeinada. Y a través de este musical flamenco, propio del Lope de Vega que hoy reestrena el adefesio de El Niño de Elche, ofreció más que un espectáculo, una lección de baile flamenco para que vengan a él a mamar. Así, sí quiero. Y me descubro ante la sublime genialidad de Mercedes de Córdoba.
Fotos: Claudia Ruiz. XXII Bienal de Flamenco de Sevilla