El Templo del Flamenco de Sevilla reabrió sus puertas tras el verano. Cuatro generaciones de los Fernández en la peña. Y apostando por la juventud, invitaron al cantaor David Fernández a los maderos. Manuel Cerpa puso las cuerdas. El tocaor Miguel Ángel Cortés y la madre del artista, Esperanza Fernández, lo arroparon con amor. Tan solo veinte años calza en sus carnes este gitano. Y lo ven por ahí escondío en su timidez en cualquier recital, admirando a sus compañeros con afición. Se vio correspondido. Llenó la peña de cabales y artistas. Acudieron al compás de su sangre.
La guitarra de Cerpa rompió el silencio con el lamento seguiriyero que preludió la toná de Esperanza. Desde el camerino trajo en su gañote dos siglos de cante empujaos con los terruños de Lebrija y Triana. Y se los dejó en herencia a David, que recibió el testigo nerviosito en el mismo palo ante un auditorio que lo abrazó jaleándolo. El apellido pesa, pero lo llevó a gala con humildad y bonhomía.
Enjaretó los tientos acordándose con gusto de Menese y Gaspar de Utrera. Meció los tercios a caricias. Luego lució de nuevo en los tangos trianeros birlándole el catálogo a su madre. Incluso alguna letrilla guasona en memoria de su abuelo El Vega. Por soleá demostró conocimiento y empeño, desde las variantes alcalareñas a la de Mairena o La Andonda, en la que se fajó los mimbres echándole reaños.
En las alegrías se creció Cerpa al lado de Miguel Ángel Cortés, que revalidó su maestría tocando pulcro y sobrao. Cantiñas de Pinini y más Lebrija. Mucha sal. Al son de las palmas de Miguel Fernández y Emilio Castañeda, colgó guirnaldas a compás. Ya calentito sacó voz de su introversión apuntando alto. Y escarbó en su estirpe para buscarse en una seguiriya doliente que hirió en la de Tío José de Paula. La bulería puso el broche. Esperanza, con su nieta en brazos, paseó por Utrera en el repertorio. Y David se abandonó al ritual e incluso pegó una pataíta con age.
David Fernández cantó desde el recogimiento de la responsabilidad. Con el respeto que merecen las tablas, con la plomá de su casta y con arrojo cuando el asunto lo requería. Derramó bondad y entrega, compromiso, ganas. A veces midiendo el cante, pensándolo, pero sin dejar de sentirlo, girando en melismas almibaraos, dulce como el caramelo. No le pidamos la cima a solo un chaval, porque aunque erró en cositas, endiñó pellizquitos que le auguran un buen futuro con el trabajo. Hay que mimarlo, pulirlo para que brille, para que rebañe en las asaúras, como hizo en la seguiriya o recortando los tiempos por alegrías. Recio en la toná, desenfadao por bulerías, y solemne por soleá, David arrancó los oles por puñaos. Y puso a la peña en pie, sabedora de que aquí hay madera.
Como a veces lo agasaja cantando con acierto su amigo Dieguito Amador, también presente en el público, David es…
¡Ole, ole y oleee!
Doy fe de lo que aquí se escribe,
aunque de todo no,
por tanto yo no sabé.
Los que no sabemos tanto,
asombrados vamos descubriendo
esa enorme cantidad de matices
que, al asumirlas, más nos atan a esta afición
que nos trae vivencias y penas de antaño
haciéndonos hoy más felices…
Y ese talento que este chaval hereda
y se atreve a traérnoslo en un mundo muy cambiao,
descoloca de cualquier cálculo
porque el pellizco nadie lo tiene domao…
Él es humilde y generoso
y así hay que arroparlo,
para que continúe luego trayéndonos
el misterio de este arte del pasado.
Yo le digo que lo disfrute,
que es un privilegiado,
porque no requiere que le hablen de respeto
porque de eso ya va sobrao.
Enhorabuena a David Fernández, en una noche grande, y gracias también a Kiko Valle por transmitirnos cada velada que presencia a los otros aficionados, con más píxeles de lo que es posible…
Fue fantástico,