Algo entre la indignación y la vergüenza. Eso es lo que sentí con las Alegorías (El límite y sus mapas) de Paula Comitre. Iba con mentalidad abierta al Teatro Central a disfrutar de su talento. Pero me encontré a otra. Se ha vendido a La Bienal ante la llamada a la vanguardia de Chema Blanco. No sé quién es más irreverente: si ella al presentar este espectáculo, el director por programarlo o yo con mi crítica. Quid pro quo. Ante las mamarrachadas no hay otra manera de responder que esta. Si se trataba de una provocación, consiguió su objetivo.
Cuando una obra necesita de un prospecto para entenderse antes de pensar si calificarla o no como un truño, mal empezamos. Peor aún si se incluye en la programación de una Bienal de Flamenco pero ofrece mucha danza contemporánea y posturitas propias del kamasutra, descoyuntándose hasta afear las figuras en un ejercicio de desvirtuación del baile en pos de no sé qué pajas mentales de la creadora.
Probablemente tenga un discurso narrativo detrás que explique este error. Pero no se comprende. Con lo que el aburrimiento, el desconcierto y la angustia se alargan durante una hora interminable en una sucesión de supuestas alegorías, cada cual más sorprendente, indigerible, bochornosa, ridícula.
Podrá la autora de esta obra molesta aducir que se trata de alguna metáfora de su mundo interior. Si es el caso, mejor que se lo quede dentro y no vomite bajo la sombra del flamenco semejante tropelía. Porque el arte sin público no es arte. Ese es otro problema: el respetable se lo traga todo, lo aplaude todo. El asombro de la afición crea la incertidumbre de la ignorancia. Y antes que expresar libremente la decepción o reconocer lo ininteligible, prefiere regalar una ovación aparentando intelectualidad ante lo incomprensible que declarar su disgusto y decir que aquello fue un bodrio con mayúsculas. O a lo mejor le gusta de verdad. Viviríamos en concepciones muy dispares del flamenco. No, señores. No todas estas modernidades sirven. No porque se tenga la osadía de crear cosas raras con cierta estética puede elevarse a cualquiera a la categoría de genio. No todo vale. Si se quiere bailar apoyándose en la vaciedad de la nada, si se quiere experimentar en las antípodas de lo flamenco, váyanse a la venta de la hortaliza a mofarse de otros. ¡Ah no, que Chema lo compra! A lo mejor está usando La Bienal como conejillo de Indias, como tanteo de lo que vende o no, de hasta dónde es capaz la gente de engullir… para después girar por medio mundo degradando nuestro arte mientras quizás hasta recaude.
Alegorías no es más que otro despropósito de esta Bienal. La fórmula es sencilla: cojo a una bailaora de renombre, de calidad incuestionable, como Paula, y le pido, sugiero o hago saber que me gusta la transgresión vanguardista. Me aseguro un público, sorprendo y como nadie se entera de nada es un éxito. Porque Paula sabe bailar flamenco. Y muy bien. Aunque esta noche se haya olvidado casi por completo. Solo ha querido justificarse por peteneras, colombianas, tangos… dando unas pincelaítas para que veamos que sabe y que puede colar el espectáculo aquí. Poco más. El resto…
Comenzó en silencio bajo un velo que ocupaba casi todo el escenario. Las tramoyas a la vista, la caja desnuda, en los huesos. Ella bajo la tela blanca cual fantasma auguraba lo que ocurrió: esto iba a ser una cagada monumental. Tomás de Perrate mascando un canturreo mientras montaba artilugios al parecer de la batería. Fueron apareciendo integrantes. Juan Campallo, casi lo único que se salva de la obra junto a la percusión de Rafael Moisés Heredia, coloca la silla para apoyar su toque. Y comenzaron los movimientos estrambóticos al compás de un estresante tic tac o un metrónomo. Desplantes horrorosos, gestos antiflamencos, una iluminación cutre con fluorescentes… El sonido onomatopéyico de los abanicos de Paula y Lorena Nogal simulaba el ruido de algún insecto a la vez que susurraban y danzaban a la par como ninjas, recordando aquellas películas de Bruce Lee de la infancia. Infumable. Solo hicieron falta unos minutos para corroborar que sería un pestiño. Pero un pestiño con abanico.
Lorena hizo de sombra la mayor parte de la obra, cuando no de réplica. En otras ocasiones se abrazaron entrelazando sus cuerpos formando figuras como la araña. Parecía un largometraje de terror. Aunque hubo momentos en los que al andar de puntillas rindieron tributo a Chiquito de la Calzada. Se arrastraron por el suelo con posturas sugerentes, enmalladas, cual felinas. Le quitaron el puesto a las limpiadoras. Y de repente una azafata del teatro anuncia que necesitan parar por un problema técnico. Se echó el telón. Inaudito, inadmisible. Después los cotilleos apuntaban a problemas graves con el sonido y enfados importantes entre bambalinas. Solo fueron unos minutos, mejor que hubiera acabado aquí.
A Tomás lo escuchamos con dificultad para cogerle algunas letras por toná, vidalita, petenera, La Catalina de Vallejo, colombiana, tangos del Piyayo y Triana… cubriendo escasamente la cuota de flamenco que requiere un espectáculo de este festival. Paula y Lorena bailaron con arte en algún momento concreto. Lo demás fue una parafernalia sin sentido, arrastrando una especie de carrito donde iba la batería llevándose la música y a ellos mismos de un lado a otro. Velo para arriba, velo para abajo. Un pandero en la cara para correrla a baquetazos limpios. Una extraña cola de baile que cayó del techo y se ató primero Paula para después unirse a Lorena… Acabaron juntas bajo la tela blanca fantasmagórica culminando por fin con esta tomadura de pelo.
¡Cuánto talento desaprovechado! ¡Cuánto trabajo y dinero tirado a la basura! ¡Qué pena! Y todavía habrá quien sea capaz de elogiar algo así. El ignorante será este crítico, que no entiende de ná. Un aficionao de la era mesozoica al que aún le gusta Pepa Montes, Concha Vargas, Manuela Carrasco, Carmen Ledesma o Angelita Vargas, pero también Isabel Bayón, Mercedes de Córdoba (a ver qué hace en unos días), Manuela Moneo, Pepe Torres, El Petete, Juan Ramírez, Diego de la Margara, María Moreno (no te pierdas), Farruco, Farruquito, Alfonso Losa, Estévez y Paños, Antonio Canales y hasta la Paula Comitre que no viene a La Bienal. Claro que esto es otro baile. Pega pellizcos, no provoca bostezos ni arcadas.
Foto: Claudia Ruiz. XXII Bienal de Flamenco de Sevilla
*Lean ustedes el programa a ver si entienden algo. Yo no. Viendo la obra tampoco.
Ya me pongo a pensar que¿Alguna culpa también tendrán los qué pagan por ver estas cosas no?.
Cierto. Lo que ocurre es que a veces no se sabe a lo que se va. Paula baila muy bien. Uno puede creer que es flamenco lo que ofrecería y se encuentra con el paquete.
Saludos
«Estar tieso» tiene cosas buenas, como no haber podido ir a este «espectáculo».
El problema es que estas cosas se programen EN SEVILLA y en el festival DE FLAMENCO más importante DEL MUNDO.
Con la jartá de artistas a los que se les podría dar una oportunidad para cuidar lo nuestro…
Para cositas «vanguardistas» ya hay bastantes otras opciones y lugares…
Como siempre, una mayoría ni se entera y hasta aplaude. Cuando lo normal es que hubieran ido yéndose sin que terminara por respeto al arte e incluso a los artistas, porque si les aplauden por cortesía, no se van a enterá de que van mal por ahí…
Está claro que todo el mundo tiene derecho a equivocarse, pero los que organizan estas programaciones podrían dejar sitio a gente que sepa de LO NUESTRO, humilde y sensata.
Pero en fin…
Coincidimos amigo.
Abrazos