Crítica de la obra Sinda, de Pastora Galván y María Marín. Teatro Lope de Vega, Sevilla. Martes 27 de septiembre. XXII Bienal de Flamenco de Sevilla.
Los coletazos de La Bienal siguen desnudando su declive. Esto va de mal en peor. A ver quién da más. O menos. Sinda pretendía animar a <<escuchar las imágenes y mirar el sonido>>. Pues no mereció la pena una cosa ni la otra. El espectáculo se antojó aburrido e insípido de principio a fin. Una hora interminable que sumó puntos para ganar El Giraldillo a la tontería. Y a lo ridículo.
Pastora Galván y María Marín escenificaron una de las peores obras de esta edición. Cortita como transgresión vanguardista, floja como experimento y paupérrima desde la perspectiva flamenca. Cada una anduvo a lo suyo. Se reflejó una carencia absoluta de conexión entre ambas, además de un hilo argumental inexistente o incomprensible. Tampoco fue un recital de cante y baile. Se confirmó como un despropósito que añadir a la lista de banalidades de la programación. Otra provocación que despista. O más bien que ofende a quien paga una entrada para ver flamenco y lo anestesian o sulfuran con esta chapuza. Un engaño. Gran parte del público se reía por lo bajini. Otra descaradamente. Pero no gracias a la comicidad, que también la hubo. Algunos incluso bostezaron con ímpetu jactándose de ello. Para muchos Sinda fue el cachondeo padre, un menosprecio al flamenco, un agravio más en el Lope de Vega.
El cenital fue iluminando a Marín que lucía sentada el agarre de la guitarra clásica. Después otro foco hizo lo propio con Pastora. La luz lateral reveló una escenografía simple: la caja negra del teatro, María sentada en la silla con su guitarra, un atril y al fondo otro asiento de enea. Nada más que eso. Guitarra, cante y baile. Podría parecer ideal para una juerga. Pero no se acercó ni lo más mínimo.
Abrió la Marche Religieuse op. 19 de Mozart con arreglos musicales de Ferdinand Sor Zambra para la guitarra de Marín. Así rezaba en el programa. Después Le Fandango Varié op. 16 de Dionisio Aguado. Mientras María tocaba, Pastora comenzó a repartir contoneos y figuras que denotaron la presencia de la cabeza y los pies de Israel Galván en la idea. Aunque más que dirigir se ensañó. Más que coreografiar perpetró una venganza contra su hermana por alguna rencilla pasada. La convirtió en una marioneta poseída de otro pero desprovista de personalidad, en una copia deficiente sin el alma original. Marín esputó un fandango natural al aire y sin guitarra estrujándose el gañote de manera sorpresiva. Podría cantar medio bien, pero se apoyaba en giros extravagantes que afean y la sitúan como una cantaora cuanto menos rara, por no decir mala directamente, ya que tuvo detallitos graciosos, melismas y quejíos que enrabian a cualquier aficionao que pueda ver en ella atisbos interesantes. Transitó entre el lirismo y el sucedáneo flamenco. Con sus falsetes, variados de sandeces, juegos vocales y boberías que alternaba o incluía entre los tercios se ganó el puesto en un capítulo de los teletubbies, como acertó con ingenio una aficionada del público.
En La señorita y el abanico y El Lagarto, de George Crumb, Pastora bailó al fondo de la tarima procurando el sabor flamenco, algo que asomó en las tablas en contadísimas ocasiones durante la noche. Y siempre frío. Surgieron unos cuantos oles desperdigados nacidos del amor familiar, la amistad o el ciego fanatismo incondicional. Los demás los devolvimos en taquilla. No sabíamos dónde colarlos. Incluso los aplausos sobraban.
María tocó con soltura. Era sencillo. Porque los acompañamientos los hizo aporreando rasgueos o repitiendo hasta la estresante saciedad ritmos machacones y bordoneos sin emoción. En el resto de composiciones, solo estuvo decente. En el cante muy desigual, con momentos tibios y otros plagados de desafines o probaditas con mal gusto de diferentes registros. Así fue como se cargó la soleá de La Serneta, perdiendo el centro, o la de Silverio modificando las cadencias sin aportaciones. Pastora no se quedó atrás: recorrió las tablas de lado a lado del escenario con figuras repetitivas privadas de enjundia. Marín comenzó a intercalar sonidos: shhha, shhha… hilvanándolos con el zorongo, hasta llegar a un martinete en el que se puso seria. Marcó el compás arañando un bordón con una pieza metálica recorriendo el mástil. Pastora le bailó justa. El zapateado de claqué. María cantó luego el Señorita de Enrique Montoya cerca de lo lírico. Por caracoles demostró parte de su invalidez y Pastora danzó con age sentada en la silla, aunque incluyera después movimientos de piernas absurdos y unas figuras desagradables. Siguió Marín con el recitado de La verbena de la Paloma y Sind`a. Aquí evocó pasajes de la niña de El exorcista profiriendo galimatías salpicados entre el cante para llegar al sacrilegio que cometieron con las bulerías de Utrera y Lebrija. A modo de mantón, Pastora bailó con un pañuelo de papel abierto para luego despedazarlo tras estornudar en él y lanzarlo al aire repitiendo el gesto con la recogida de los trozos del suelo tantas veces como Marín cantó el mismo tercio. Por fin llegó la hora de echar el telón con L´amour, de Goran Bregovic. María cantaba en francés. Pastora vuelta de espaldas y con la falda levantada dejó ver sus piernas y su trasero tapados por unos pantalones cortos. Movió la musculatura del culo a compás permaneciendo quieta. El chiste del niño cantor, contado con gracia monologuista por Marín, liquidó con un chimpún la insufrible parodia.
Pastora sabe bailar bien, pero no lo quiso hacer anoche. Con decir esto me basta, sin profundizar en detalles que descalificarían aún más el trabajo que conlleva montar una función así. Dibujó gestos preciosos con algo de flamencura, unos meneos y pocos desplantes. Los pies siempre bien. La Bienal confunde a cualquiera, lo saca de su zona de confort. Por cojones hay que hacer algo novedoso y transgredir alejándose de lo flamenco. La bailaora intentó demostrar su versatilidad. También sabe hacer el ridículo como otros muchos presentando este tipo de espectáculos provocadores que anulan la inteligencia del público, que se cree tonto ante la demostración de facultades de los artistas en un discurso sin sentido al que le dan la razón aplaudiéndolo todo. No sé ya si tenemos o no lo que nos merecemos. Pero me resisto a creer que el respetable desea esta oferta porque los corrillos echan peste, maldicen a Chema, la gente no llena la mayoría de teatros o lo hace engañada. Cuando hay una brizna de flamenco de raíz lo celebran como agua de mayo restregándoselo por el pecho regalando los oles que guardan. Con Sinda no ocurrió eso. Fue casi una payasada insoportable de la que estuve tentado de huir pensando si merecía siquiera hacerle esta crítica.
Fotos: Claudia Ruiz. XXII Bienal de Flamenco de Sevilla
Gracias por la crítica
A usted por leerla. Saludos.
Pude presenciar ayer noche, la aberración de actuación del mencionado «espectáculo» en el Lope de Vega.
Ésta crítica, no puede ser más acertada.
Fue un insulto al flamenco, a la Bienal de flamenco, a Sevilla, al Lope de Vega, y todos los que pagaron una entrada para verlas.
Lo peor de la historia del flamenco.
¡¡¡Y luego se preguntan el porqué de que la gente no asista a la Bienal!!!
Porque para ver semejante bodrio, no va nadie.
Los aplausos fueron todos pedidos. Y me tuve que preguntar… ¿Aquí cuándo coño se dice olé?
¡Un espectáculo bochornoso!
Ese fue el sentimiento mayoritario, según aprecié.
Coincidimos.
Saludos flamencos.
El las redes sociales de la Bienal, solicité la devolución de mi entrada.
Con eso lo digo todo..😑
Saludos también para vd.