Crónica de la presentación del libro en la Peña Flamenca Torres Macarena. Jueves 10 de marzo.
La pena me va a matá:
besos llevo yo en mi boca
y no tengo a quién besá
Permítanme la licencia de destapar mi discurso acordándome de esta letra. No la busquen en el libro. Háganlo en las venas de Fernanda de Utrera. Cuentan que era toda una declaración de amor que le endiñó por lo bajini al guitarrista Diego del Gastor.
Les hablo de Fernanda porque tiene la culpa de esto. Del título del libro, claro. A ver a quién no se le eriza la piel cuando al pasarle la mano por el lomo resuene el arañazo de esta gitana:
Dejo la puerta entorná
por si alguna ve te diera
la tentación de empujá
En el acervo literario del flamenco hay muchas puertas entornás. Gitanas y payas. Me vienen al recuerdo también Moreno Galván y Menese meciendo por marianas unos tercios que decían así:
Cuando tu mare te llame
entorna la puerta
haz que suene la llave
y déjala abierta
Como abiertas estaban las puertas de la Peña Flamenca Torres Macarena para acoger la presentación de este libro: La puerta entorná, escrito por Joaquín López Bustamante, prologado por Miguel Poveda y Antonio Ortega e ilustrado por la maestría de los pinceles del pintaor Patricio Hidalgo.
Como quienes se arropan al calor de una copa de cisco y en la intimidad que proporciona estar entre pocos amigos cabales, rodeados de primos gitanos, asistimos a una presentación entrañable, emotiva y jonda.
Cito a los gitanos primero porque el autor vende cá. Y después porque me da la gana seguir apostillando que sin esta etnia el flamenco sería otra cosa. Y sus letras también. Son cocreadores de nuestro arte y deben tener el reconocimiento y la presencia apropiados.
La peña le dio su sitio y Joaquín se sentía como en casa. Esta vez las tablas estuvieron cargadas de literatura. El escenario era una estantería de cultura: David Eloy, editor del libro, Antonio Ortega, Joaquín López, Maui de Utrera (cantautora) y Patricio Hidalgo. Un elenco de artistas que embrujaron la tarde con la palabra. Un manojo de poemas o cantes de tres tercios bastaron para trincar oles y meterse al público en el bolsillo con el pañuelo de lunares. Y unas pincelaítas de Patricio, que a la vez que Joaquín firmaba dedicatorias al final del acto, sentenciaba dibujando quejíos y manchas flamencas que engrandecían aún más la obra.
Todavía no había leído el libro entero y ya me estaba doliendo. Solo con restregarme las pocas letras que salpicaron en la presentación me quedó una sensación como la que tuvo La Piriñaca al soltar aquello de “cuando canto la boca me sabe a sangre”. Porque las letras por soleá de este gitano tienen el gusto moreno.
Tras las presentaciones del editor David Eloy, Antonio Ortega fue el encargado de continuar con la palabra. Contó la anécdota de cuando estaba en su casa jugando con los tercios rumiándolos en su garganta, guitarra en mano, y su hijo Manué quería alguno para un trabajillo del cole. Antonio le dijo que había que pedirle permiso al “tito Joaquín”. A lo que el chaval le contestó: “papá, esa letra es de nosotros”. Así se justifica el éxito de la atemporalidad de su poesía y la consecución del sentimiento de pertenencia. Este puñao de letras sirven para glorificar la gitanidad, homenajear a sus viejos de respeto y volver a la placenta con una sensibilidad inusual, aunando tradición y vanguardia. Curioso eso de los jaicu gitanos o los tercios prestaos, donde toma un verso de algún autor conocido y le pone por arriba o por debajo lo que su flamencura preclara inventa hasta componer la soleá. Sencillamente creativo. Antiguo y nuevo a la vez.
Ante los elogios de Antonio, Joaquín se sintió abrumado. No menos que al escuchar a Maui describirlo como un “espléndido fotógrafo de las emociones: de la pena jonda y de la guasa, siendo presidente de la guasería”. O cuando dijo de su poesía que “sobrepasaba lo intangible y la gramática formal”. Además de pensar que “si el duende y la enjundia existen, están en su cabeza”. Le regaló un cante de su padre con algunas de sus letras grabadas con el móvil:
Yo te digo mi verdá
pero si crees que te miento
no me lo preguntes má
Patricio dejó constancia de la importancia de las letras flamencas como legado cultural y destacó la profundidad de la poesía de Joaquín que condensa en muy poco una gran carga emocional. Describió su ocurrencia como un “no te digo ná y te lo digo tó”, singularidad que comparten sus dibujos al dejar la puerta entreabierta a la interpretación: “si con ellos se dice todo, los matas”.
Joaquín presentó la obra para dejar patente su condición gitana como legítimo orgullo étnico de diferencia. Se descubría como un hijo de la marginalidad salvado por la cultura. Su intención, aparte de valorar y preservar el corpus de las letras flamencas, es la de recordar sentimientos con poesías de tres versos donde se dice más de lo que se escribe. Y a modo de soleá o remates por bulerías, habla del amor y el desamor, la culpa, los secretos… en una imbricación de lo culto y lo popular. Con el léxico materno, plagado de arcaísmos, andalucismos, diminutivos y términos en caló. Para él, el caló era su madre, a la que recuerda por lo mucho que lo quería y todo lo que le narraba. A pesar de que en su casa no había libros y el primero que entró fue El viejo y el mar, de Hemingway, como parte del premio de un concurso de redacción de la Coca Cola que ganó cuando tenía 8 ó 9 años. Y aunque durante algún tiempo tuvo el complejo de no poseer estudios universitarios, su formación autodidacta y la afición a la lectura lo han llevado a lo que hoy es. Destacó como baluartes de las letras gitanas a Manuel Molina y sobre todo a José Heredia Maya de quien recitó una letra insuperable con la que me crujieron los huesos:
Se me encabrita la sangre
cuando presiento tu cuerpo
por las esquinas del aire
Maui cerró entonando un tema canalla y simpático. Para todo esto y más dio la tarde. Pero no os lo quería contar todo. Si deseáis saborear la gitanería y el placer de leer cantando, aquí tenéis la puerta entorná.
Firma: Kiko Valle