Era difícil superar su trilogía Quimeras del tiempo, probablemente el mejor trabajo discográfico que ha visto el flamenco en los últimos años. Pero en vez de anquilosarse repitiendo la misma idea, Ezequiel Benítez da un giro y se desnuda: Dukkha es una obra introspectiva y generosa en la que se muestra a pecho descubierto. Viene dedicada a su padre, fallecido en 2020, a Din, Lolo y su tata. A pesar de su título, que procede del sánscrito y da lugar al término caló de duquela (la pena), no es un disco triste sino que contrapone la nostalgia por aquellos que dejaron en él un poso de sabiduría y amor, con la alegría de un maduro renacer que se antoja como un paso más en su carrera artística.
Se trata de una aventura de autoproducción grabada en su estudio y el de Paco León, guitarrista que lo acompaña magistralmente. Ezequiel Benítez impresiona aquí su yo más espiritual. En un ejercicio cargado de exigencia, pasión y autenticidad ha parido una obra pura de sentimiento. Un disco que deja entrever de nuevo la versatilidad de un artista con una voz llena y cuajada de melismas que pellizcan. Lo mismo canta una nana con la sensibilidad de un padre sin serlo, que una soleá de Triana que huele a Zurraque y Alfarería habiendo nacido en Cádiz y siendo de Jerez. Ahí mama el sello que le impregna a la Siguiriya Dukkha, doliente e introducida por los versos recitados del palmero Chicharito, que se estrena y luce aquí en esta faceta.
El disco comienza por unos tangos algo encorsetados en una claqueta rítmica que le resta fluidez en oposición a la naturalidad que se percibe en el resto de cantes. Sin embargo los tercios están cargados de intensidad emocional en homenaje a su padre. Junto con el cierre de este trabajo es donde se acerca musicalmente a lo comercial. Son dos composiciones con estribillos, letras pegadizas y un soniquete que contagia el florecimiento de La Primavera, como bautiza las bulerías que echan el pestillo al cedé con aires gaditanos e incluso carnavaleros.
En Nana del Alba se deja acompañar por un coro de niños y arreglos de percusión que nos transportan. Por fandangos se pasea en los Atardeceres bonitos mirándose en El Carbonerillo. Las Malagueñas de una partida presentan en el segundo cuerpo la particularidad de abandolarse en la guitarra sin que el cante se desvíe de la variante de El Mellizo y Los Tientos del amigo son un alegato al perdón que dan paso a tres Fandangos de la vida y el broche por bulerías.
Hago mención aparte del tercer cante, a mi entender la joya del disco: una soleá de Triana con la colaboración especial de Márquez el Zapatero, que con 91 años aún pone los vellos de punta.
Cuando alguien se va y lo añoras
se queda contigo su alma
y en el vacío lo lloras
pa que vuelva en ti la calma
Traigo a Ezequiel ronco de las veces que he escuchado esta soleá donde se va Un ratito por Triana a robar esas cadencias melódicas que poseen el sabor viejo de la verdad del cante. Si bien no es cualidad exclusiva de este corte y también lo percibimos en los demás estilos grabados en el disco, aquí se acentúa sobremanera la importancia de los silencios, tan bellos como los quejíos y las mecidas que el jerezano ofrece durante el ratito con el que nos enamora su nuevo trabajo.
Me gusta. Es redondo y pulido a la vez que extraordinariamente espontáneo. Podemos escuchar a posta las imperfecciones de un cantaor, esas cositas que los flamencos con paladar degustan porque vale más la naturalidad del momento sensible con sus leves defectos que el artificio estudiado que no admite error – o corrigen después -. En Dukkha se escucha lo que hay. Lo que empuja el corazón a la sangre y de la garganta al pecho de quien lo oye. Quizá porque canta su causa, con letra y música propias. Con mayor o menor acierto literario pero con sencillez, humildad y haciendo que letras nuevas suenen tradicionales.
Mucha culpa del éxito del disco se debe a la sonanta de Paco León. Una guitarra que comprende y respira el mismo aire que Ezequiel. Una guitarra gorda y flamenquísima que habla el lenguaje de Benítez y sabe recogerlo, animarlo, dejarle su sitio y tomar el propio, sin invadir, otorgando espacio. Un corazón que discurre por las seis cuerdas para bordar con encajes de bolillos el acompañamiento exquisito y pulcro de la Dukkha de Ezequiel Benítez. Y no les cuento más detalles. Les dejo que lo disfruten porque es de escucha obligada para cualquier flamenco que se tercie.