He sido infiel. Tengo que confesarlo. Anoche le puse los cuernos a La Bienal. Me fui con la otra. Más caliente, más tersa, más rancia, más sabia, más recia, más flamenca, con más sabor. Estuve en la renovada Peña Flamenca Torres Macarena. Lucía el estreno de temporada y se puso guapa. Se pintó los labios, se recogió el moño con un clavel del patio y se abrió a Sevilla. Allí encallé. ¡Qué bonita la han dejao!
Los amigos de siempre, los cabales, los jartibles, catedráticos de la afición con un máster de corrillo flamenco en barra y doctorados en abrazos de corazón. Un tapeo y a ver si empieza ya. Los artistas con los dobletes, que tienen guasa. Déjalos. Para que suene la olla hay que hacer de todo. Y yo escribiendo de balde. Los flamencos también comen. Lo de pasar fatigas no hay que llevarlo a rajatabla, picha.
Abarrotao. Mucho público, un montón de artistas de pie con la impaciencia en el sudor de las manos. Presentó Ángeles Cruzado escueta y certera. Bailaba Juan Ramírez. Y convirtió por un día el Templo del Cante de Sevilla en la Meca del Baile. Parecía una peregrinación.
Paco Iglesias calentó las tablas en un solo por malagueñas con su guitarra de palillos. Sensibilidad y clasicismo melchoreños con la exigencia en los abandolaos. Al siete entró José Méndez por soleá en Alcalá y Frijones resurgiendo del estío con sus hechuras jerezanas de buen cantaor. Subió El Galli los compases de la seguiriya y esa voz adoquiná de metales rotos estalló después con José en las tonás. La percusión oportuna y justa de Javier Prieto Chicho terminó de pintar un cuadro de baile a la altura de la ocasión.
Ramírez pisó la pena negra seguiriyera. Como un junco erguido en la pose de solemnidad varonil, hizo de los paseos arañones, de su planta una pintura y del zapateao azotes fuertes que salpicaron la sangre de los maderos. Casi setenta años de flamenco doblaron las tablas por los quilates de sus tacones. Con la elegancia de un maestro, apuntilló el entarimado potente y extraordinariamente definido sin apenas levantar los pies del suelo. Los marcajes soberbios. Los silencios y las parás se escucharon vibrando en los latidos de los presentes, que tuvieron el privilegio de disfrutar a una figura clásica del baile a centímetros de su aliento.
Tras el descanso, El Galli brilló por Levante con un remate por tangos y Juan en las alegrías demostró cómo se recoge en cortito, con los brazos a media asta y metiéndole riñones al desplante. Las escobillas propias, las figuras y compases con palmadas en el cuerpo, a veces los brazos arriba, otras prendiendo la chaquetilla. Ramírez evidenció por qué es un referente distinto, único, con una personalidad que no hay quien la empate. Nos sorprendió la voz de Mara Rey como artista invitada. Arrebatadoramente gitana, gitanamente arrebatadora. Asentada en el grito que apuñala, lo hizo bailar por bulerías más flamenco que el tacón. ¡Qué derroche de arte! << Lo mires por donde lo mires, el flamenco tiene un nombre y se llama Juan Ramírez>>
Por si fuera poco, un fin de fiesta con Jairo Barrull, José Galván, Carmen Ledesma, Pepe Torres y otros muchos que todavía están esperando otra Bienal que se entere de lo que es el flamenco o le quiten ya ese apellido. Pa emborracharse y volverse loco.
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Buenas. ¿Qué información necesita?
Kiko gran crónica y muy acertado con mucho saber enhorabuena
Gracias Juan. Abrazos