Crítica de la actuación de la bailaora Claudia La Debla con Manuel Tañé y Jesús Flores al cante y Daniel Mejías a la guitarra. Peña Flamenca Torres Macarena de Sevilla. Viernes 27 de octubre de 2023.
Una morena de Graná me robó los ojos. Los paseó a su antojo por los maderos del Templo del Flamenco de Sevilla. Me sedujo con su cara y los dibujos de su cuerpo. Se presentó zalamera e hipnótica. Me birló los oles por puñaos. Crujió. Me puso el vello de punta.
Claudia La Debla ardió y se metió al público en los volantes del vestío. Le bailó a la guitarra pulcra y flamenca de Daniel Mejías, que trinó con trémolos melódicos engarzando falsetas clásicas en un toque redondo, pleno de tiraíllos, alzapúas y bordoneos gordos. Y a las gargantas de Manuel Tañé y Jesús Flores, potente y esplendoroso el primero, más delicado y dulce el segundo.
Abrió la taranta en la bajañí. Daniel se coló por la boca del cedro de su guitarra rebuscando los centros. Y de ahí escarbó en la sensibilidad con la que abordó los ríos de plata que ensartaban el clavijero de palillos de su sonanta. Pocas imprecisiones y mucho gusto. Calentó las yemas de sus dedos por las que destiló flamencura durante toda la noche, viviendo el baile y el cante, sirviéndolos con sapiencia, disposición y cordura.
Se cuadró Tañé. Aferrao a la bulería por soleá cantó sabroso. Jesús enjaretó los tientos tangos regocijándose en las mecidas. Y se hizo el baile. Claudia subió con elegancia los escalones del entarimao atrayendo la atención del respetable. El peso del silencio dolía. La peña a rebosar sin que cupiera un suspiro. Claudia acarició el aire o lo zamarreó a latigazos de jondura. Diecisiete años de nada. Una niña con cuerpo de mujer cautivó con la sensualidad del baile femenino. Porque La Debla trajo un braceo exquisito, contoneos de locura, desplantes clavaos, buenos pies, cintura… Claudia vino con dos siglos de baile en sus carnes. Y fueron puñalás de trapío ca una de sus miraítas. Bailó con mucha personalidad y con todo el cuerpo, pero embrujó pintando el gesto oportuno a cada minuto. Alegre cuando el compás lo pedía, pícara en el bamboleo, melosa en los paseos, dura en las llamadas, recia en las embestidas. Luego Flores se arromeró en las cantiñas por la Maestranza de Sevilla, ligando los tercios, buscando la sal de Cádiz, pasando por Lebrija. Claudia se fajó en la soleá. Alzó los brazos solemne. Paseó lenta y cortita, parándose a tiempo y arremetiendo en las salidas. Flamencona, espontánea y natural en el cierre por bulerías. Apoteósica en el fin de fiesta.
La Debla es sin duda alguna de las mejores bailaoras jóvenes de hoy día. Aunque se excede en recursos efectistas que resultan innecesarios cuando su baile rebosa contumacia y gallardía. Le sobra tirarse al suelo o exagerar histriónicamente replantes fuertes que le restan valor a la elegancia y racialidad que transpira. Pero aún es nueva. Y sería como pedirle al hielo que no enfríe, al Sol que no brille o que el fuego no queme. Como domar una yegua salvaje y altiva. Pero el tiempo aploma, templa y mima. Aquí hay bailaora pa rato. Porque Clauidia La Debla es eso, candela viva.
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