Se acabaron los recitales de cante de los sábados en la peña hasta después del verano. A los de baile aún les queda julio. El I Festival Flamenco Joven de Torres Macarena despidió la que se ha vuelto una costumbre adictiva. Y allí acudió este crítico despachando otras propuestas porque era justo y de recibo apoyar a la juventud del flamenco. Congregó a un público aficionao entre reincidentes y novatos que disfrutó de una noche necesaria. El cartel lo componían artistas que ya habían pisado las ensoleradas tablas del Templo del Flamenco de Sevilla en varias o muchas ocasiones. Pero esta vez con mayor presencia. Les otorgaron un sitio privilegiado. Algunos lo supieron aprovechar, otras transparentaron carencias que quizás puedan cubrirse con el tiempo. Según el caso. De todo ello me quedo con dos tercios y un cuarto. Seis artistas pasaron por el escenario. Con dos pares me apañaba. Y el rato de juerga que se lio después: voces frescas y guitarras imberbes dieron otro recital de mayor envergadura ya en el suelo. Un regalo pa los jartibles que aguantamos un ratito más el tirón.
Entiéndase el mimo para los que están empezando, como quien dice. O una mijita de exageración de la tierra para alentar. Sin caer en la complacencia de la adulación o la caricia en el lomo que daña más que alivia. Y lo que no me gustó también hay que decirlo. Pero no quiero hacer pupa.
Me sigue sorprendiendo cómo este veneno cala en un holandés que es capaz de sentir las profundidades de la guitarra, emocionarse y emocionar. Se llama Yus Wieggers y es de Eindhoven. Pero cierra uno los ojos y parece como si hubiera nacido en la Macarena o en la mismísima Triana. Fue el encargado de abrir la noche tejiendo un solo de guitarra que recordó en algún pasaje al Niño Ricardo, pero que cuajó de falsetas propias en una intervención cargaíta de arpegios y trémolos pulcros dotados de la sensibilidad jonda de quien vive en flamenco. La única sonanta en la velada sobre los maderos. Y lució en el acompañamiento con suficiente enjundia como para afearle la foto por tres detallitos de quisquillosos. Supo arropar calentito sin robarle el protagonismo a nadie, aunque a veces su toque asomara muy por encima de la valía de algunas.
De El Arahal vino Rosario Muñoz a presentar sus credenciales en el cante. Comenzó doblándose en la malagueña con abandolaos por Ronda y Huelva. Luego hizo cuatro fandangos. Demostró mucha afición y poco dominio en los bajos. Iba justa de afinación pero al menos le puso ganas.
A Joni Torres le va más el apellido que el nombre. Porque se retrató en cada giro. Daba gusto escuchar a este zagal con paladar que cantó recio y rancio evidenciando que la ortodoxia sigue pegando pellizcos. Fueron unos cuantos los que endosó este niño desde que descorchó el gañote con la soleá alcalareña o las variantes de La Andonda, Mairena y Joaniquí. Mostró el empaque de un sabio nuevo con toda una herencia en la sangre. Su voz redonda sin adornos de mentira encajó tanto en los cánones de la tradición como en los nuevos tiempos. Le dio fin a la primera parte del festival por tangos, con el regusto de lo de siempre tamizado por la fecha de su nacimiento. Hizo algún guiño gustoso a El Lebrijano. Y cuando arrancó a bailar nos salpicó en la memoria El Andorrano, Paco Valdepeñas, Anzonini o El Funi. Joni Torres ya no es promesa sino realidad del cante.
Carmen Yruela cantó acompasá bulerías por soleá buscando el efecto alargando los tercios o elevando la voz. Si al grito no le precede la emoción pierde su verdad. O se cree menos. Sin embargo meció con mejor tino la cartagenera y la taranta a pesar de moverse semitonada por momentos.
Antonio López lloró el cante. Se armó con su voz potente, pleno de conocimientos, arrojándose a la herida en el macho seguiriyero. Sin concesiones a la tontería, por derecho. Dibujó el dolor con sus melismas, recorriendo los rincones del sufrimiento sin imposturas. Lo dio todo. Después curó las llagas con la sal de Cádiz, recortando los compases en su sitio. Aunque después de la seguiriya supo a poco. O a menos. Pero ya es rizarle el rizo. Encontró su centro.
El broche de oro lo puso la alcalareña Yaiza Trigo. Tan solo 16 añitos calza esta flamenca que bailó pa reventá. Chiquita de cuerpo y grande de age. Cuando subió al escenario se le quedó corto el vestío. Alzó sus brazos al aire y creció una bailaora. Posee tronío y valentía. Paseó mandando sobre los maderos. Tiene unos pies fuertes y definidos. En el braceo no se quedó atrás. Se desfiguró en el trance. Tanto que a veces se desbocaba traspasando la cordura. No en el teatro del embuste, sino en lo indómito y salvaje de una piedra preciosa por pulir. A poco que temple sin salirse del arañazo que te da, Yaiza tiene el destino en el baile o el baile en el destino. Bordó unos tientos tangos generosos en los apretones y colmaos de flamencura, henchidos de contoneos y gestos con trapío. Arrasó sobre la tarima, arrebatadoramente flamenca a pesar de estar aún sin perfilar.
Al fin de fiesta por bulerías se sumaron Jairo Barrull con su patá de gracia y los cantaores Dieguito Amador y Juan Juanelo. Un zamarreón marca de la casa. Y Yaiza descollando en el gozo. Pero lo bueno (o casi lo mejor), vino después, cuando pasó un rato. Con los nudillos de Juan Juanelo sobre la barra marcando el compás por Utrera y Lebrija, acordándose de Gaspar y El Lebrijano. No se hicieron de rogar y brotaron los cantes de Dieguito y Juan, las palmas y el cachondeo que dio pie a la juerga. Y se fueron alternando las bulerías en las mieles de Amador y el piñonate gordo de la nuez de Juanelo. Cada vez cantan mejor y lo mismo te zarandean los sentíos encima del entarimao o en la algarabía de una fiesta. Antonio López y Joni Torres se entonaron también. Luego se unieron las guitarras de Alec Willis, Juanito de los Reyes, José Ángel Muñiz… Se rebuscaron por soleá y la noche se vendió cara. Por eso me quedo con dos tercios (Joni, Yaiza, Antonio y Yus) y un cuarto. El de los cabales que echaron el cerrojo a la peña a cambio de ná.