La semana pasada tuvo lugar la sesión inaugural del Curso de la Cátedra de Flamencología de la Universidad de Córdoba. Carmen Linares, la dama del cante, fue la encargada de amadrinar esta edición alzando de nuevo el listón. La Cátedra viene superándose año tras año invitando a sus aulas a lo más granado del panorama flamenco actual. David Pino, director de la insigne entidad, ha conseguido pergeñar una programación de sumo interés para estudiosos y aficionaos.
Habiendo cumplido con los actos protocolarios en la sesión anterior, acogió bajo el módulo de Testimonios una entrañable e íntima conversación con uno de los mayores exponentes del baile flamenco, Juan Manuel Fernández Montoya ‘Farruquito’.
Al hilo de las preguntas y la charla con Mayca Moyano, la que fue profesora de danza del Conservatorio de Córdoba, Farruquito departió durante hora y media desnudando su doctrina artistica y vital, retratándose sin saberlo no solo como un bailaor de primer orden sino como un filósofo del arte flamenco. Sembró su intervención de sentencias en un diálogo interesantísimo y ameno que destapó «el mundo interior, la sensibilidad y el poder de reflexión» que justifican la genialidad del bailaor.
Tras una breve introducción de su trayectoria que no reproduciremos por ser de sobra conocida y de fácil acceso, la velada discurrió con naturalidad ahondando en diferentes aspectos que dibujaron a un Farruquito humilde, trabajador, apasionado, familiar, culto, transparente y enamorado del flamenco. Lejos de presumir o vanagloriarse elevando su ego, se mostró como un eterno aprendiz que desde la primera vez que pisó un escenario a los 4 años no ha dejado de empaparse de la cantidad de flamencos que ha tenido la suerte de conocer.
Este gitano inquieto eligió las botas de baile arrinconando las de fútbol. Defendió el aprendizaje y el trabajo duro por encima del legado, aunque es importante vivir el flamenco dentro del ámbito familiar. Y usarlo además no solo como disfrute o medio de vida sino para «lanzar mensajes que puedan hacer el bien (…) Los mejores políticos son los artistas». «Siempre ha sido, es y será una expresión de lo que somos». Y es que desde antes de que naciera ya estaba ahí. Sus padres se conocieron en un tablao, mamó el arte desde chico y cuando se subió a las tablas iba con ellos de gira porque no tenían dónde dejarlo. Pronto se convierte en vocación y devoción. «La clave es que te guste tanto… lo suficiente como para aguantar. Porque es una profesión muy dura. Pero nunca bailaría sin ilusión (…) Para mí bailar es un gozo, incluso cuando el arte hace bella la amargura para el que lo ve».
Uno sus hijos continua en la senda. Farruquito tiene una cosa clara: «no le va a decir un ole que no se merezca». En casa juegan con la música y huyen de las tendencias o modas que pretenden vendernos como productos comerciales, aferrándose a los principios y valores que tienen bien arraigados. Hay que llamar a las cosas por su nombre. Citó una afirmación de Chema Blanco, director de la Bienal de Sevilla («hay que desacralizar el flamenco»), para afianzar su convicción de que no todo vale «ni hace falta quitarle el sacro o lo sagrado al flamenco, sino respetarlo y admirarlo como hacen más allá de nuestras fronteras (…) Ahora a todo lo quieren llamar flamenco y te lo tienes que comer con papas (…) Está perdiéndose lo genuino, lo mágico». Incluso al referirse a las fusiones, señaló que para hacer adecuadamente las cosas «es necesario conocer bien las músicas y danzas que se mezclan sin que una haga daño a la otra».
Farruquito sigue trabajando para al menos no desentonar con la herencia de su abuelo y al mismo tiempo continuar fraguando su personalidad. Compagina su actividad artística con la docencia y aunque le hubiera gustado ampliar su formación académica, el tiempo no se lo ha permitido. Lo sigue haciendo a su forma, de manera autodidacta y nutriéndose de profesionales de distintos ámbitos. «Aprende de todo el mundo pero no imites a nadie, ni siquiera a mí» le enseñó Farruco, entre otras muchas perlas con las que ha ido conformando todo un tratado de filosofía vital. Su abuelo aún le sigue enseñando, a pesar de ya no estar entre nosotros.
Juan aprende de oídas o mirando. Así lo hace con la guitarra y el piano, instrumentos que usa para componer sus propias músicas dando rienda suelta a su creatividad, aparte de con el baile. A Farruquito más que ser, le gusta ir siendo, alimentándose del flamenco pero también de la música clásica, Michael Jackson o el blues, entre otras muchas cosas. La lectura, el baile, la escritura… pero cuanto más cree saber se da cuenta de todo lo que le queda por aprender.
Hablaron de los concursos, la crítica, la familia, la inspiración, la espiritualidad, la magia del flamenco y la espontaneidad, criticando en este último aspecto aquellos espectáculos milimetrados donde no cabe ni un ole de más, pretendiendo «meter el arte en una lata de conservas. Eso tiene fecha de caducidad. El arte tiene que estar vivo» y dar cabida a la sorpresa, la improvisación y la verdad.
La tarde se vivió con entusiasmo conversando de todo esto y muchas otras cosas. Si Farruquito tiene el poder de convencimiento con el baile, sumó el de la palabra desvelando una cabeza bien amueblada, con las ideas claras y un camino bien marcado por el que pisa con intensa seguridad.