De bayetita de la negra se cubrió el cielo. Las campanas de la Iglesia de la Oliva salpicaban el llanto. Un tímido murmullo de dolor sonaba en la muchedumbre que acompañaba este fatídico 20 de diciembre al féretro, cargado a hombros por sus hijos, familiares y amigos. Ha muerto un semidiós de Lebrija. Se han abierto las puertas del paraíso para recibir con honores a un gitano de ley. Nos ha dejado el Chahe Pedro Peña.
Se fue al cielo de los calós. Y al de los payos. Porque Pedro era venerado por todos. Hijo de María La Perrata, hermano de El Lebrijano y Tere Peña, padre del guitarrista Pedro María Peña y el pianista Dorantes. Artista preocupado y comprometido con su cultura, defensor de los valores de su etnia. Gitano a mucha honra, guitarrista, cantaor, escritor y maestro. Pero sobre todo buena persona. Flamenco esencial que durmió con las nanas de La Perrata y mamó el arte de la teta. Un niño que vivió una infancia de contradicciones en la que de puertas para adentro disfrutaba del gozo de su gitanidad y tras el muro invisible de la intolerancia sufrió situaciones desagradables de racismo. Hechos que cuando tuvo conciencia le sirvieron para promover sus valores y erigirse como estandarte abanderado de los gitanos flamencos.
Maestro de profesión, ejerció en Las Cabezas, Lebrija, El Cuervo y Gelves, donde ahora vivía. Fue promotor de La Caracolá lebrijana y La Noche de los Brujos, una especie de aquelarre cultural de poesía y flamenco. A principios de los setenta creó la Hermandad del Rocío de Lebrija. Era padre de cinco hijos para los que procuró formación musical y académica. Poseía una personalidad carismática, era generoso y en el flamenco nada excluyente. En las innumerables fiestas que se lleva en sus carnes solo tenía una norma: «Si estás en el sitio al que acude el duende, no hables ni te cruces. Y si no tienes compás, no hagas palmas»
Vivió parte de su niñez en un colegio interno donde aprendió a amar a Lebrija en la distancia imaginándosela a vista de pájaro. La añoraba dibujándola en las tapas de los cuadernos. Se enorgullecía de aquellas fiestas familiares y de las vivencias como caldo de cultivo del flamenco, más allá de la teoría. El estudio está bien, pero el flamenco hay que vivirlo. Como decía su amigo El Piro, «el flamenco son muchos amaneceres».
Y como preludio de un nuevo amanecer para la eternidad, Diego Fernández Jiménez, director del Instituto de Cultura Gitana, glosó la figura de Pedro con maestría, admiración y cariño, arrancando lágrimas y aplausos de los que pudimos acompañar a la familia en el último adiós terrenal al Chache Pedro.
Que el Dios de los gitanos lo tenga en su gloria. Hasta siempre, Chache Pedro.