Disfrutar de los conocimientos y la compañía del amigo José María Castaño no tiene precio. Esta vez nos perdimos por Los Caminos del Cante para encontrarnos en Sevilla en la Peña Flamenca Torres Macarena. El homenaje a María Soleá nos dio la oportunidad de celebrar una cata con un par de vinos de categoría dentro del programa Cultura Flamenca & Sherry. El fino Hidalgo y el oloroso Gobernador de las bodegas Emilio Hidalgo maridaron con el cante de la casa de los Terremoto en un viaje por la analogía entre las particularidades de los vinos y el cante de Jerez.
Aunque el periodista, flamencólogo, escritor e investigador no quiso ronear de ser enólogo, nos ofreció un repaso tan didáctico como poético sobre el proceso de creación de los vinos jerezanos. Tienen muchas cosas que contar y lo hacen en clave flamenca. A la cata visual, olfativa, la del gusto y la del retrogusto se le añade en un ejercicio sinestésico la del oído, apoyándose en la radiografía que el estudioso del flamenco Alfredo Benítez hizo junto a Castaño sobre las semejanzas entre el vino y el cante. No es coincidencia que la tierra albariza que hace la cama a los viñedos de Jerez sea también la que vio nacer a sus formas cantaoras. Los lagos salobres donde se asientan y las temperaturas que brinda el Atlántico sirven de entorno privilegiado para que con la ayuda de las manos del hombre sabio le roben el sabor vinatero a las uvas Palomino Fino. Es curioso cómo el tratamiento de esa especie de levadura o nata que flota en la superficie dentro de la bota de roble americano y que se llama velo de flor puede dar origen a distintas coloraturas. Dejándola respirar llenando la madera a tres cuartos u oxidándola con más alcohol da a luz desde el vino seco al oloroso.
Donde hay flor, hay compás. Así podemos hermanar al vino fino de Hidalgo con la bulería. Punzante en la nariz, con algo de pique, mucha vida y carácter salino. Seco como corto es el cante, que en Jerez se vuelve trágico en las letras de este palo. Pero si amortiguamos el sabor con el amontillado, vamos de la bulería a la bulería pa escuchá. Este es dulce solo en la nariz, más lento, espeso y deja lágrimas en el cristal al igual que el cante recobra aquí más solemnidad y reposo.
Los jipíos de la casa Terremoto embrujan desde el muai de una salía y el remate de los tercios hasta la forma nasal y lastimera de quejarse en el llanto. Emparentados con Lebrija y Mojama, los Terremoto oscurecen el cante además de reproducir en su linaje el sistema de criaderas con el que se elabora el vino de Jerez. El dolor de Terremoto se decantó en Fernando y lo recoge María como quien mezcla las soleras de bota en bota. Un ejemplo perfecto de estas maravillosas casualidades para la explicación indescriptible de cómo nos crujieron los huesos con el cante de María Soleá mientras regábamos el gañote con el vino de Emilio Hidalgo. Terminamos la cata y bajamos a comer al patio donde la conversación se alargó con buenos alimentos para el cuerpo y el alma. Aquí, donde los vinos se escuchan y los cantes se beben.
Firma: kiko Valle